El ajedrez blanco de Yoko Ono realizado en 1966. Se trata de un tablero sin casillas negras y en el que todas las piezas, de uno y de otro bando, son de color blanco.
La idea, obviamente, surgió como un alegato pacifista. Sin embargo después, frente a las muchas versiones y exposiciones que se han hecho, he encontrado una interpretación sutilmente distinta: ocurre que a medida que avanza la partida comienzan a no distinguirse las piezas que corresponden a uno y otro bando, de modo que en plena batalla los contendientes se ven incapaces de diferenciarse entre sí. Yo ahí no veo neutralidad, porque no es que haya una ausencia de conflicto, lo que hay es una negación de verlo. Lo cierto es que ha ganado un color. El blanco. El color único. El extremo centro.
Afortunadamente los buenos jugadores de ajedrez son capaces de jugar a ciegas. Siempre es una buena noticia que haya personas capaces de seguir viendo los colores a pesar de ese blanqueamiento que pretende igualarlo todo. La neutralidad del extremo centro es tan engañosa como el ajedrez blanco de Yoko Ono. Reaccionar ante lo injusto no es populismo de la misma manera que llamar a la moderación no siempre es ser neutral.
Fuente: eldiario