El ajedrez se convirtió en un «Breve respiro de la cruda realidad» para muchos judíos que lo utilizaron para evadirse de la persecución nazi durante la II Guerra Mundial, una historia que se cuenta ahora en una exposición virtual del Museo del Holocausto de Jerusalén.
El museo, conocido como Yad Vashem, recoge en su página web una colección de veinte tableros, en algunos casos fabricados de manera artesanal y con mucho virtuosismo con los materiales al alcance de sus dueños cuando estaban escondidos, recluidos o en campos de concentración, con simples páginas o trozos de tela con tableros dibujados. Pero todos, con una historia detrás.
«Durante años, cuando empezamos a analizar e investigar todos los objetos que teníamos en el Yad Vashem, encontramos muchos juegos de ajedrez que de alguna manera habían sobrevivido a la guerra y habían acabado aquí», explica a Efe por teléfono el director del Departamento de Objetos del centro, Michael Tal.
Ante el gran número de piezas, Tal dice que pensaron en todos los que habrían sido destrozados o desaparecido. «Y empezamos a reflexionar sobre lo que les habría sucedido a las familias a las que pertenecen».
Como resultado y través de este particular objeto, se recopilaron veinte historias asombrosas que tan sólo dejan entrever las dificultades y durezas que padecieron millones de personas durante esos años, recogidas en la exposición por internet «Breve respiro de la cruda realidad».
«Yo sabía jugar un poco. Y me permitía ser yo mismo, soñar, soñar con cosas bonitas, buenas. Era un instinto psicológico de que en algún momento futuro la vida tendría que ser buena», cuenta Julius Druckman, que con once años fabricó, gracias a la habilidad de sus manos, un juego con el que pasaba las horas muertas con su amigo Menachem Scharf en el gueto en el que vivían después de ser deportados de Ucrania.
La hija de Lupu Credinciosu, originario de Rumanía, reveló al donar su ajedrez que las partidas les servían a su padre y amigos de coartada para debatir sobre política y sus ideas antifascistas en los años de la guerra.
Y en muchas de las narraciones, el ajedrez fue un elemento indispensable al que recurrieron numerosas familias para sobrellevar los meses, a veces años, que pasaron escondidas para salvar sus vidas.
«Son tantas las historias interesantes… Con muchas descubrimos cuánto bien o lo importantes que fueron estas piezas para la gente», que se llevaban los tableros cuando dejaban sus casas, estaban confinados en los guetos o en los campos de concentración, narra Tal, sobre el que dice que llegó a ser conocido como «el juego judío» por su gran popularidad entre la comunidad.
Uno de los casos que más llama su atención es el del juego esculpido a navaja por Elhanan Ejbuszyc en el campo de Auschwitz, donde consiguió que el jefe de su barracón le cediera la porra con la que golpeaba a los reclusos para fabricarlo.
«Lo que conseguí fue convertir una herramienta de castigo en una de paz después de romperla en pedazos y tallar con ella las piezas. Di a mis compañeros judíos la rara oportunidad de olvidar sus lamentables circunstancias durante un tiempo. Ese breve momento de consuelo que conseguí dar a mis compañeros de infortunio me llenaba de alegría. Ese fue mi premio», relató este superviviente.
«En estas historias, el ajedrez dio cosas diferentes a la gente durante momentos terribles. Es fundamental ver sus situaciones, pero también entender por qué conservaron los juegos. Para sobrevivir, para matar el tiempo, se aferraron a cosas muy pequeñas», explica el director de la muestra.
Fuente: terra