Su imagen juvenil y desenfadada aparece en multitud de campañas publicitarias
A los 5 años ya jugaba al ajedrez. Y a los 12, ganó a Karpov y empató con Kasparov
Son dos estilos, dos formas de contemplar la vida, dos talentos del ajedrez… El noruego Magnus Carlsen es más versátil, un tipo intuitivo y sorprendente. El ruso Sergey Karjakin, por el contrario, responde a los criterios de una escuela férrea, tremendamente sólida, fría como el hielo pero letal como el fuego.
El Mundial se lo llevó el nórdico y con él, un botín de 550.000 euros –a los que tendrá que restar un 5% por negarse a comparecer a una rueda de prensa tras su derrota en la octava partida- además del crédito que solo da el título. Porque los dos son grandes jugadores, dignos representantes de una nueva generación de jóvenes nacidos y educados en la era de los ordenadores; finos estilistas de un deporte mayor y milenario a menudo considerado elitista y en gran parte masculino, a juzgar el público que se desplazó hasta el Fulton Market de South Street Seaport, en Nueva York para seguir el campeonato de cerca.
Pero Número 1 solo pudo haber uno, y ese no es otro que Magnus Carlsen, un joven que este pasado miércoles cumplió 26 años de edad y que a los 12 años ya alcanzó la categoría de ‘Gran Maestro’. El ‘Mozart’ del ajedrez le llaman. Por algo será…
NIÑO PRODIGIO
Carlsen, líder mundial desde 2010, ya ganó el título en 2013 y 2014 frente al indio Viswanathan Anand. Sus miras, sin embargo, están puestas en el largo plazo. Quiere ser recordado como una de las grandes leyendas del ajedrez, el ruso Garry Kasparov, que dominó la escena mundial durante 15 años.
Ese es, al menos, el propósito de este ajedrecista atípico, verdadero ídolo de masas en su país, que aparece con frecuencia en campañas publicitarias prestando su imagen juvenil y desenfadada a las principales marcas de ropa y cuyos ingresos anuales superan los 1,5 millones de euros.
La revista Cosmopolitan lo ha incluido en las listas de los hombres más sexys del planeta y entre las cien personas más influyentes. A los 5 años ya jugaba al ajedrez. De hecho, a esa edad ya era capaz de memorizar los nombres y la población de los 430 ayuntamientos de Noruega. Y a los 12, fue capaz de derrotar a Karpov y empatar con Kasparov en una partida en la que, minutos leía, se le pudo ver leyendo un cómic del Pato Donald. Con 15 años ya era uno de los 100 mejores jugadores del mundo y con 17, entró en el Top-10. Su afición, por si no lo sabían, es el fútbol -juega de lateral izquierdo en un equipo de la sexta división noruega (el Fremad Famagusta)- y es un seguidor incondicional del Real Madrid.
Rusia, desde la melancolía, tenía muchas esperanzas depositadas en su representante, Sergey Karjakin. Nadie se olvida de los tiempos de la extinta Unión Soviética (URSS) cuando la supremacía venía sellada por los Kasparov, Karpov… La última vez que ganó un título fue en 2007, con Vladimir Kramnik. Desde entonces, nada. Un vacío existencial que se convierte en tortura en un país en el que el ajedrez es asignatura obligada en los colegios. Tendrán que esperar al próximo Mundial, dentro de dos años.
LA ‘OTRA’ GUERRA FRÍA
Kariakine, nacido en 1990 -como Carlsen- en Crimea, se declara firme partidario de la anexión de la península de Ucrania por Rusia, alimentó una nueva versión de la Guerra Fría que algunos se empeñaron en avivar en este duelo entre Rusia y Noruega. Mucho más que un reto deportivo. Su rival pasó un momento muy complicado en la 8ª partida, cuando perdió: “tenía todo tipo de sentimientos negativos.
Mi cabeza no me ayudaba… Por fortuna, logré calmarme y recuperar mi normalidad. Después de eso, me sentí mucho mejor y volví a divertirme jugando”. Y así fue, en efecto, como demostró en la semi-rápida, un ejercicio en el que también es el mejor. La rapidez de estas partidas suele provocar errores fatales. Karjakin admitió que “no estaba preparado para esos juegos rápidos. Me olvidé por completo de todo aquello que había ejercitado durante mi preparación”.
La mejor versión de Carlsen solo se dejó ver en estas semi-rápidas. Recuperó su brillantez y juego arrollador y arrinconó a su adversario, al que dejó sin aire. El de Crimea no soportó la presión. Sobrevivió angustiosamente en las dos primeras partidas pero entregó las dos restantes. Como hacía el ruso Anatoly Karpov, sometió a su rival a una verdadera tortura. Fue el mejor premio para los 10 millones de espectadores que siguieron esta final.
Fuente: Sport