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Crónica de la vida real: De Mendigo a Faraón

Ana María Garzón, de tan solo 14 años es la autora de esta crónica.

Esta es la historia de un indigente ajedrecista que vive en las calles de Colombia.

Ser indigente en Colombia no es fácil, la vida de la calle es sinónimo de hambre, miseria,
dolor, frío, soledad y la perdida de la esperanza… algunos de estos seres invisibles se
refugian en las drogas, viviendo un mundo paralelo, otros costean sus vicios haciendo
carrera en la delincuencia común, algunos víctimas de enfermedades mentales no tienen
otra salida que vivir su mundo de alucinaciones, manías, compulsiones y obsesiones en la
calle, pero “El Faraón” huía de esta dura realidad ganándoles apasionantes partidas de
ajedrez a estudiantes universitarios, esta es su historia.

La última semana de Enero de 1989, Oscar Bernardo Garzón, mi padre, comenzaba la
carrera de ingeniería civil en la Universidad Católica de Colombia, conocía gente nueva, se
acostumbraba a su nuevo entorno y procuraba concentrarse en sus estudios como cualquier
nuevo estudiante.

Por las calles aledañas a la universidad se paseaba un indigente, Oscar notaba su presencia
pero no le daba importancia, hasta el día que vio a un estudiante de quinto o sexto
semestre jugando ajedrez con el mendigo y se percató de que varios estudiantes lo
saludaban, se dio cuenta de que no era un indigente cualquiera, “Él era el dueño de esas
calles y la gente lo respetaba” dice Oscar.

El hombre, cercano a los cincuenta años, contextura delgada, más o menos un metro
setenta de estatura, tenía cabello largo que aunque lucía sucio, siempre estaba peinado al
igual que su extensa barba. Su cara, curtida por el sol no delataba sufrimiento, utilizaba
saco de paño, siempre bien apuntado, se veía antiguo, pero era de su medida “Nunca le vi
ropa grande ni desajustada, siempre utilizaba cinturón ceñido en la cintura, zapatos viejos,
pero nunca rotos, cargaba una mochila pequeña trenzada, nunca le vi costales, ni cobijas…
tampoco lo vi acompañado por perros o mascotas” refiere Oscar resaltando lo diferente que
lucía respecto a las demás personas que habitan en la calle. Siempre estaba acompañado de
un cigarrillo que iniciaba y terminaba sin sacar de la boca.

Le llamaban ‘El Faraón’, aquel apodo se lo otorgaban por su largo cabello, barba y bigote,
además de su postura erguida y su frente siempre en alto. Se sentaba en la barda que servía
de asiento a los contrincantes en lo que fue en otras épocas un antejardín situado al frente
de la cafetería de la universidad, y jugaba ajedrez con tableros de madera que llevaban
aquellos que querían retarlo, él nunca buscaba una partida, los estudiantes eran quienes le
pedían que jugara, se sentaban frente a frente, El Faraón quedaba absorto en el tablero hasta
terminar la partida, los juegos contaban con varios espectadores, la contienda solía ser
demorada, pero no faltaba el novato que era despachado en pocos minutos, casi siempre El
Faraón resultaba victorioso.

Una vez Oscar decidió jugar con El Faraón, que como siempre se encontraba fumando un
cigarrillo y tenía la barba y cabello atados en una coleta, mi padre jamás había visto sus
juegos, no conocía sus movimientos, ni sus estrategias, no esperaba mucho, no imaginaba
que ese hombre fuera un jugador excepcional, no habían pasado ni 10 minutos cuando El
Faraón movió una torre y dijo “Jaque-mate” se levantó y sin decir más se fue, por su
expresión probablemente pensó que había perdido su tiempo, los estudiantes que
observaban la partida rieron, Oscar, estaba sorprendido y un poco desconcertado, duro
varios minutos observando y analizando el tablero hasta que alguien le dijo “Créalo, le
ganó El Faraón”.

En los meses siguientes, durante sus tiempos libres Oscar se acercaba a la cafetería y
observaba los juegos, quería prepararse para una segunda partida, El Faraón era ágil y
bastante competitivo para el nivel de sus contrincantes. Durante el segundo semestre Oscar
se animó a jugar, la contienda duró alrededor de una hora, intentaba concentrarse pero la
presencia de El Faraón le atemorizaba, no levantaba la mirada del tablero, adivinaba todas
sus jugadas “en algunos momentos pensaba que leía mi mente a través del tablero, al
finalizar la partida y decir ‘Jaque-mate’ no fue tan humillante como la primera vez, ,
levanto la mirada y por primera vez vi sus ojos, me sorprendió ver unos ojos claros, llenos
de vida… se levantó, prendió un cigarrillo, analizó por unos segundos el tablero y se retiró”
recuerda Oscar.

El Faraón era conocido en toda la universidad, en una ocasión, se realizó un torneo de
ajedrez y lo invitaron, jugó contra 10 contrincantes simultáneamente y a todos les ganó, los
fondos que se recogieron con las inscripciones decidieron entregárselos con la esperanza de
que mejorara su condición, pero duró varios días sin aparecer, después se enteraron que lo
gastó todo en droga, por lo que no volvieron a financiarle su adicción.
El Faraón era callado, introvertido, no pedía limosna, leía libros viejos… Nadie sabía dónde
vivía, por su aspecto se podía pensar que pasaba largos ayunos a punta de cigarrillos y
partidas de ajedrez, en una ocasión se encontraba muy ofuscado peleando con un policía
que lo quería requisar, pero la intervención de algunos estudiantes evito la inspección.
Hacía parte del paisaje de la universidad y se había ganado el respeto de los amantes del
juego ciencia. Perdía pocas veces, pero cuando ocurría, aceptaba la derrota con gallardía,
felicitaba a quien le ganaba, solo en estas ocasiones se le veía estrechar su mano, luego se
levantaba, prendía un cigarrillo y analizaba el tablero de forma minuciosa buscando el
error, cuando el contrincante era débil, movía rápido las fichas intentando acabar la
partida, al parecer no le agradaba jugar con principiantes.

La tercera y última partida en la que se enfrentaron, la realizó en equipo, él estaba sentado y
Oscar tenía la ayuda de dos compañeros de pie parados a lado y lado quienes le susurraban
complicadas jugadas al oído. Estaba ilusionado pensando que “la tercera es la vencida”, el
juego duró hora y media, uno de los espectadores intentó distraerlo llevándole una pequeña
merienda, él la recibió sin dejar de mirar el tablero, la estrategia fue inútil, finalizó
moviendo un alfil se quedó callado unos segundos y cuando ya estuvo seguro dijo ¡‘Jaquemate’!
Tomo el sándwich que estaba entre una bolsa de papel y empezó a degustarlo.

El pasado del Faraón siempre fue un enigma “Nunca supe la historia real, oí algunas
versiones… entre ellas que era ingeniero de la Universidad Industrial de Santander, otros
decían que era matemático de la Universidad Nacional y escuché que había estudiado
filosofía. Creo que llego a la indigencia a causa de las drogas y los vicios.” Manifiesta
Oscar.

Oscar se graduó en 1997, nunca supo el nombre de pila de “El Faraón”. Desde ese año no
volvió a la universidad, como muchas personas lamentaba que el ajedrez perdiera su
popularidad y fuera remplazado por los nuevos juegos de video y los retos de la tecnología,
cada vez menos gente lo practicaba de manera profesional y pocos lo jugaban como
pasatiempo, sin embargo, El Faraón continuaba reuniéndose con los jóvenes contrincantes
de turno, cada tarde en la barda al frente a la cafetería, con tableros prestados, siempre
rodeado de una gran audiencia.

En el año 2006, Oscar tuvo que regresar a la universidad a pedir unos certificados para un
empleo, hacía 10 años que no había vuelto, vio sentado a El Faraón en la esquina de una
calle, se dio cuenta de lo mucho que había cambiado su aspecto, tenía barba blanca y el
bigote amarillo manchado por la nicotina del cigarrillo. Lo saludo gritándole “Q’hubo
Faraón”, El Faraón levantó la mirada pero no pudo reconocerlo, sus ojos se veían agotados
y vestía de harapos, al preguntarle a las personas que trabajaban en la cafetería, le dijeron
que había dejado de jugar, que las últimas veces perdía con facilidad, que su mente había
perdido la lucidez que tenía en otras épocas y que ahora si pedía limosna, Oscar pensó que
esa mente brillante había naufragado en la adicción a las drogas, abandonó el claustro con
melancolía y algo de tristeza.

Durante un largo periodo Oscar olvidó por completo el ajedrez, y en sus tiempos libres se
dedicó a otros retos mentales, como el sudoku o el crucigrama que encontraba a diario en el
periódico. En el noveno cumpleaños de mi hermana menor, uno de los regalos más
interesantes fue un tablero de ajedrez con las fichas y el tablero de cristal, apenas lo
destapó decidió comenzar a jugar, pero no tenía ni idea del movimiento de cada una de las
fichas, la organización del tablero, el papel de cada ficha en el juego o el objetivo del
mismo, yo, que tenía doce, lo había conocido hace tres años por una tarea de matemáticas,
pero no me interesaba mucho, el ajedrez permaneció guardado por varios meses con los
demás juegos de mesa, un buen día lo volvimos a sacar de su empaque y mi padre,
evocando sus recuerdos de universitario, aprovecho para enseñarnos a jugar, aprendí las
jugadas básicas como la llamada ‘Enrroque’ o ‘Pastor’…un día mientras jugábamos, al
mover una torre, sus ojos se dilataron y recordó a El Faraón, así fue como me contó su
historia.

Hoy en día Oscar no sabe sobre la suerte del Faraón, pero cada vez que juega ajedrez
recuerda aquellas tardes en su juventud en las que más o menos 20 personas se reunían a
observar las partidas entre El Faraón y algún estudiante que tuviera la osadía de retarlo.
Después de esta experiencia ve de otra manera a los habitantes de la calle, los que hacen
piruetas en los semáforos, los que caminan sin rumbo fijo, los que intentan vender
cualquier cosa a los gritos…. sin saber que los llevó a esta condición, intenta escudriñar en
su mirada aquellos enigmas de sus pensamientos, y así encontrar mentes brillantes como la
de ‘El Faraón’.

SOBRE LA AUTORA

[box type=»shadow» ]COLEGIO NUEVO GIMNASIO
Nombre: Ana María Garzón Sánchez
Curso: Séptimo Docente: Rocío Zambrano
Título de la noticia: La reina del ajedrez que sueña con liderar una ‘operación Jaque’
Fecha de Publicación: 21/12/2014
Periódico: El Espectador
Fecha de entrega: 21/09/2015
De Mendigo a Faraón[/box]

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