Armenia no está entre los 180 equipos, por sus problemas políticos y de seguridad con Azerbaiyán
El oro olímpico en ajedrez sería cosa de rusos o chinos si no fuera por las nacionalizaciones de Fabiano Caruana (3º del mundo) y Wesley So (7º), que convierten a EEUU en un firme candidato.
Entre los muchos aspirantes a ocupar puestos cercanos al podio podría estar España (12ª del escalafón inicial), si Paco Vallejo, Iván Salgado y David Antón repiten su buena actuación en el Europeo Individual. Pero la lucha por las medallas no es lo que más interesa a las 2.500 personas de 180 países que han viajado a Azerbaiyán para la gran fiesta bienal del ajedrez.
“Mentes brillantes en la tierra del fuego”, reza uno de los lemas de la organización en una ciudad opulenta, que ha cambiado mucho desde la época soviética. En 1988, el camino desde el aeropuerto al centro era un sinfín de explotaciones petrolíferas, seguidas de deprimentes bloques de viviendas de la época de Stalin. Hoy el viajero puede creer que ha aterrizado por error en alguno de los países del Golfo Pérsico, tal es el lujo grandioso que brilla por doquier. Con la mentalidad de los nuevos ricos aplicada a todo un país, da la impresión de que los azerbaiyanos necesitan que todo sea enorme y espectacular: hoteles, monumentos, coches, avenidas, bulevares… Aunque cabe preguntarse cuánto más durará ese derroche si, como todo indica, los precios del petróleo siguen bajos. Tras reducir la pobreza y el desempleo a menos del 6% de la población, el Gobierno tiene un plan para diversificar su economía antes de 2020, pero la divisa nacional (manat) ha sufrido varias devaluaciones.
Por fortuna para esas “mentes brillantes”, la 42ª Olimpiada se concedió a Bakú cuando el crudo era oro, y el Gobierno de Azerbaiyán no puede fallar cuando se trata de ajedrez, muy popular entre sus ciudadanos. Aquí nació Gari Kaspárov, en 1963; su principal protector político cuando peleaba con Anatoli Kárpov (apadrinado por la vieja guardia comunista) fue Héidar Alíyev, entonces miembro del Politburó en Moscú y presidente del KGB en la república soviética de Azerbaiyán, después padre de la independencia y hoy objeto de adoración póstuma, con su nombre en muchos lugares prominentes, empezando por el impresionante nuevo aeropuerto. Su hijo Ilham preside ahora el país, y también recibe culto a la personalidad: esta tarde, cientos de coches que circulaban por seis calles confluyentes en una rotonda fueron paralizados durante 15 minutos por la inminente llegada a ese cruce del séquito presidencial, en su camino hacia la ceremonia inaugural.
Más popular aún, si cabe, es el ajedrez en la vecina Armenia, donde se ha implantado como asignatura obligatoria en los colegios. Aunque el ministro de Deportes de Azerbaiyán, Azad Rahímov, dijo en 2012 a EL PAÍS que haría “todo lo posible” para propiciar la participación de Armenia. Pero no lo ha logrado, y además el conflicto ha empeorado, incluso con muertos y heridos, y discusiones eternas sobre la propiedad de dos territorios: Nsgorno-Karabaj (enclave armenio rodeado por Azerbaiyán) y Najicheván (enclave azerbaiyano rodeado por Armenia, Turquía e Irán). De modo que el poderoso equipo liderado por Levón Aronián, ganador de varias medallas, no podrá competir en el tablero con el de Azerbaiyán, quien, junto a Ucrania, lidera el grupo de aspirantes a dar un susto a los tres grandes favoritos: Francia, Polonia, Inglaterra, Hungría, Holanda, India, Alemania, España, Cuba…
Ahora bien, Nakamura ha dado muestras de no estar muy contento con el aterrizaje de Caruana y So, porque los privilegios que él disfrutaba antes en exclusiva, ahora son para tres. Pero el millonario Rex Sinquefield, principal mecenas del ajedrez estadounidense, tiene dinero y recursos más que suficientes para contentar a todos. Incluso Kaspárov, residente en Nueva York porque su vida en Moscú corría peligro debido a su oposición radical a Vladímir Putin, se ha implicado muy activamente en el apoyo y promoción de los jóvenes talentos estadounidenses, y en crear un ambiente favorable para que la selección nacional logre un éxito histórico en Bakú; además, donó los 10.000 dólares (9.000 euros) que ganó en el reciente torneo de rápidas de San Luis para los gastos de la selección.
Pero ni siquiera una armada tan poderosa puede ser muy optimista ante la aterradora fuerza de los ejércitos ruso y chino. El excampeón del mundo Krámnik, el aspirante actual Kariakin y los fortísimos Grischuk, Tomashevsky y Nepomniachi son conscientes de que recuperar el dominio del ajedrez mundial es un objetivo marcado por el mismísimo Putin en un momento en el que el horno de su imagen internacional no está para bollos: graves sanciones económicas a Rusia por sus acciones en Siria y Ucrania, y ausencias de muchos de sus deportistas en los Juegos Olímpicos por acusaciones de dopaje masivo.
China ganó el oro de 2014 en Trömso (Noruega), y no fue una casualidad sino el fruto de un trabajo sistemático de dos decenios, sólo 38 años después de que el ajedrez estuviera prohibido durante la Revolución Cultural, mientras el líder Mao Zedong vivía postrado sus últimos años. Ding, Li, Yue Wang, Yu y la portentosa nueva estrella Yi (17 años) son una piña alimentada por la savia de una cuidada estructura federativa que, como en los deportes olímpicos, aunque con menos recursos, busca nuevos talentos por todos los rincones de un territorio con 1.300 millones de habitantes.
España es el país que más torneos internacionales ha organizado desde 1987, y su Parlamento ha aprobado por unanimidad, en 2015, el apoyo al ajedrez como herramienta educativa. Pero, desde la crisis económica de 2008, la Federación Española ha optado por reducir los servicios en lugar de aumentar el irrisorio precio de sus licencias (muy pocas cuestan más de 60 euros al año), lo que dificulta muchísimo que sus jóvenes talentos más brillantes, como los que acaban de lograr tres medallas, un 4º y un 5º puesto en los Europeos por edades, fructifiquen en jugadores de primera fila mundial, lo que a su vez se traduce en una ausencia casi total de patrocinadores privados. Aún así, España es el 12º cabeza de serie gracias al alto nivel de los mencionados Vallejo, Salgado y Antón, acompañados por dos veteranos de solidez contrastada, Renier Vázquez y José Carlos Ibarra. La aspiración de meterse entre los diez primeros es razonable, pero debe tenerse en cuenta que Vallejo ha jugado muy pocas partidas (sin contar las rápidas) durante los dos últimos años contra rivales de más 2.700 puntos (él tiene 2.712); su rendimiento frente a ellos en el primer tablero puede ser una de las claves.
Cuba y Argentina son los países de habla hispana con más probabilidades de estar cerca de España. Luego viene Perú, lastrado por la ausencia de Julio Granda, uno de los grandes genios naturales que ha dado el ajedrez mundial en el siglo XX, debida a que -una vez más, y ya son muchas-, el ajedrez de ese país sufre serios problemas internos.
En la competición femenina lo normal sería que China ganase el oro (sus cuatro titulares están entre las 20 mejores del mundo), pero hay tres equipos con calidad de sobra para luchar al menos por la plata y el bronce: Rusia, Ucrania y Georgia. España, que parte como 14ª de 141 países, debería sufrir en teoría las retiradas de la alta competición de Olga Alexándrova e Irene Nicolás (sustituidas por Niala Collazo y Mónica Calzetta). Pero Sabrina Vega es la actual subcampeona de Europa absoluta, Ana Matnadze logró una medalla de plata individual en 2014 y Amalia Aranaz es una jugadora joven con gran talento, aunque simultanea el ajedrez con su carrera universitaria. Como en la competición absoluta, Cuba y Argentina (y quizá Colombia) deberían estar en puestos relativamente altos.
Al mismo tiempo, desde el lunes, se celebrará el LXXXVII Congreso de la FIDE (189 países), con temas muy calientes, como el riesgo de bancarrota, la presencia de Iliumyínov en la lista negra de EEUU por sus conexiones con el presidente sirio El Asad, y la rocambolesca propuesta de que el derecho de retar al campeón del mundo no dependa de los méritos deportivos sino de ofertas económicas, presentada por Andréi Filátov, presidente de la Federación Rusa.
Pero nada de lo contado en esta crónica será la prioridad del 90% de los participantes, quienes, además de compartir su pasión por el ajedrez, mezclarán sus culturas, religiones, etnias, edades, sexos y trajes regionales durante dos semanas con el principal objetivo de disfrutar al máximo de esa mixtura. Como lo han hecho hoy en una ceremonia inaugural muy cuidada. El momento de mayor emoción ha llegado al final: con música tradicional azerbaiyana de mucho ritmo y percusión, una pantalla gigante iba mostrando cada una de las 180 banderas y un locutor decía el nombre del país; simultáneamente hombres ataviados con ropajes típicos y tambores con una bandera en cada uno iban saliendo a la pista, animados por las palmas de los 2.000 asistentes (algunos con uniformes típicos de su país).
Allí estaban gentes de lugares que apenas aparecen en las noticias, como Aruba, Burundi, Yibuti, Fiyi, Guam, Guyana, Lesoto, Macao, Mongolia, Omán, Palau, Papúa Nueva Guinea, San Marino, Santo Tomé y Príncipe, Sudán del Sur, Suazilandia, Togo, Trinidad y Tobago o las Islas Vírgenes. Todos esos individuos, cuyo factor común es que dedican gran parte de su tiempo libre a pensar ante un tablero blanquinegro, dicen a quien desee enterarse que la denostada Alianza de Civilizaciones no es una quimera, que es posible poner a gente tan diversa a competir entre sí por la tarde y divertirse juntos por la noche. Quizá estén marcando el camino por el que debería ir el mundo para evitar el desastre.
Fuente: elpais