Los personajes de la historia grande del juego ciencia que sufrieron trastornos mentales. La historia de Fischer y su capítulo argentino, cuando durante el Magistral de 1970 se bajó de un taxi y comenzó a correr por las calles porteñas para evitar un “secuestro” imaginario.
Por Horacio Olivera
Es fama que buena parte de los profanos en ajedrez suele considerar a los ajedrecistas como “gente rara”, cuando no directamente como “locos”. Los hay también quienes, muy por el contrario, estiman que ser jugador de ajedrez (del nivel que fuere) lo convierte a uno en una especie de “genio”, o en un ser de inteligencia “más allá de lo normal”. Nada de eso es necesariamente así, por supuesto. Nosotros, los ajedrecistas, sabemos que ninguna de estas generalizaciones es objetivamente correcta. Pero sí podemos decir, con sólidos argumentos en muchas ocasiones, que muchos hemos conocido casos de personas con características “especiales” (¿genios o locos? ¿O genios locos?), ya sea en nuestro club, en algún torneo o en alguna actividad relacionada con el juego… como seguramente ha de haberlas también en cualquier otro ámbito. Y en la historia grande del ajedrez hay también personajes que, habiendo sido reconocidos genios del juego, fueron acosados por algún tipo de psicosis. Veamos algo sobre ellos.
No es cosa comprobada que Paul Murphy, el genial jugador estadounidense nacido en 1837, haya sido un paranoico. No obstante, según la tradición oral, siendo aún muy joven sufría delirios de persecución. Por ejemplo, permanentemente sospechaba que su comida estaba envenenada o que personas cercanas a su entorno querían asesinarlo. Parece, sin embargo, que esto no afectó su manera de jugar ajedrez, pues luego de sus aclamados triunfos en su país, realizó –con poco más de veinte años– una gira triunfal por Europa en 1858, enfrentando y derrotando a los mejores maestros de la época. A su regreso, en 1859, sorpresivamente abandonó para siempre el juego, rehusando una y otra vez las invitaciones para volver a los tableros, en una actitud curiosamente similar a la adoptada por un compatriota suyo, más de ciento diez años después.
Wilhelm Steinitz, el primer Campeón del Mundo oficial, fue un genio que no solamente dominó la escena ajedrecística durante buena parte de la segunda mitad del siglo XIX, sino que legó a las generaciones posteriores enseñanzas insoslayables para la comprensión del ajedrez moderno. En sus últimos años dio muestras de que su estabilidad mental estaba seriamente afectada. Pretendía, por ejemplo, que se podía comunicar con otras personas con un audífono invisible, por medio del cual le hablaban. O que tenía el don de emitir corrientes eléctricas desde su cuerpo, lo cual le permitía mover las piezas de ajedrez a la distancia. Como remate, afirmaba jugar partidas ni más ni menos que con Dios, a quien le daba peón de ventaja y el turno de salida. Terminó sus días recluido en un instituto psiquiátrico de la ciudad de Nueva York.
El caso del polaco Akiba Rubinstein, el “campeón sin corona” de principios del siglo XX, es quizá el más dramático de esta breve síntesis. Considerado unánimemente como un genio del juego, fue sin duda uno de los llamados “campeones sin corona”: ajedrecista de primera fila desde 1907 en adelante, de estilo universal y “mago” de los finales de partida, Akiba no sólo era un hombre extraordinariamente tímido, sino que, en pleno apogeo de su carrera, comenzó a padecer una sintomatología psicótica que fue incrementándose con el correr del tiempo, sumada a una fobia social (miedo a las personas) que lo hacía retirarse de su mesa de torneo, una vez hecha su jugada, y esconderse por los rincones para no ver ni ser visto por nadie. Hacia los primeros años de la década del ‘30 debió retirarse de los certámenes, impedido de participar debido a que esa fobia era ya un obstáculo insalvable para continuar compitiendo. Confinado en instituciones psiquiátricas, se hicieron colectas públicas para solventar su paupérrima condición económica. Se sabe, asimismo, que su estado de alteración mental le salvó de ser enviado por los nazis al tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz. Aun pese a sus males, Akiba vivió una larga vida, pero nunca volvió a estabilizarse psíquicamente.
Son bien conocidas por todos, incluso por muchos no ajedrecistas, las excentricidades del genial ex Campeón del Mundo norteamericano Robert James “Bobby” Fischer. Seguramente, la contemporaneidad de su actuación, tanto ajedrecística como mediática, sostiene este conocimiento que la opinión pública en general tiene aún sobre su figura. De sobra se conocen sus logros deportivos y sus partidas, su condición de “niño prodigio”, su meteórica carrera hacia el título mundial, su categórico triunfo ante Boris Spassky en el “match” de Reykjavik en 1972 y, en fin, su indiscutible estrellato entre la élite ajedrecística de su tiempo. En cuanto a sus actitudes extra ajedrecísticas, las mismas fueron también motivo para que su figura se convirtiera en referencia obligada en los medios de comunicación y hasta en la política. Por ellas, también comenzó a hablarse, durante los años ‘60, sobre posibles síntomas paranoides que lo estarían aquejando ya en esa época. En efecto, Bobby sospechaba de todo y de todos, denunció conspiraciones de los soviéticos contra él, cambiaba de residencia para que no lo pudieran ubicar y sentía que lo perseguían los servicios de Inteligencia de varios países. Después de haberse consagrado Campeón Mundial, y habiéndose retirado por completo de los torneos, se negó a defender su título (según algunos entendidos, por “terror” a perder) y fue despojado del mismo. A partir de allí, su vida comenzó a ser un misterio que muchos relacionaron con su afección psicológica. No obstante, apareció algunas veces como sorpresa en los medios, siempre agitando los fantasmas de las persecuciones contra él.
Una anécdota que este cronista ha recibido de primera mano, relatada por Andrés Alisievicz, uno de sus protagonistas, puede servir como un pequeño ejemplo de la personalidad paranoide de este extraordinario ajedrecista: en 1970, Fischer jugó (y ganó contundentemente) un magistral en Buenos Aires. Andrés y su amigo Daniel Green eran fiscales en el torneo y una noche Bobby los invitó a cenar. Fueron a un restaurante céntrico, relativamente cerca del hotel donde el jugador se hospedaba y, al finalizar la cena (donde solamente se habló de ajedrez, con el famoso tablerito de bolsillo de Bobby como protagonista casi excluyente), tomaron un taxi. Parece que el taxista se equivocó (¡o no!) y tomó para otro lado en lugar de enfilar para el hotel. Los muchachos se dieron cuenta y se lo advirtieron, pero de repente, para su sorpresa y sin mediar palabra, Fischer, aparentemente pensando que lo querían secuestrar, abrió la puerta del auto en movimiento ¡y se largó a correr por las calles de Buenos Aires!
Genios incomparables del ajedrez, Murphy, Steinitz, Rubinstein y Fischer, no obstante sus trastornos psíquicos, nos legaron enseñanzas insoslayables a través de sus partidas, imperecederas obras del arte ajedrecístico.
Fuente: pagina12