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Peones vs. Cocaína

Conocer a alguien que sufre alguna adicción no es nada extraordinario. Es tan democrática que afecta a cualquier estrato social y cultural. Aquellos que no creen convivir con alguna víctima de esta enfermedad crónica, sea un conocido, familiar, amigo o uno mismo, son afortunadamente ilusos o quizás están empadronados en el mundo de los teletubbies.

Las cifras son elocuentes. Tan sólo querría poner encima de esta mesa virtual un dato del último informe del Observatorio Español de la Droga y las toxicomanías: en 2011 se registraron 50.281 admisiones a tratamiento por abuso o dependencia de sustancias psicoactivas (esta cifra no incluye los casos de alcoholismo y tabaquismo).

Juan Francisco Calero es monitor del programa de ajedrez terapéutico y ex paciente de La Garrovilla, centro con sede en Mérida para el tratamiento de adicciones. Éstas se dividen en drogodependencias (alcohol, fármacos y drogas ilegales) y en las ajenas a sustancias como las adicciones al sexo, el juego o, entre otras, las compras.  Un camino que a veces parece sin retorno que arrastra a los adictos y a sus familias. Esta semana, Juan cumple 47 años y es poliadicto. Alcohol, cocaína y heroína han formado parte de su vida desde los 13 años.

A Calero no le importa recorrer los 100 kilómetros que separan su pueblo, Logrosán, de la capital extremeña. Vuelve al que fue su hogar y donde se enfrentó a sus demonios. El programa que imparte nació en 2010, de la colaboración entre el centro y el club de ajedrez Magic Extremadura, referente tanto en la alta competición -ganador del Campeonato de Europa en 2007-  como por su labor social. Calero forma parte de la primera promoción de monitores nacida al amparo del club presidido por el psicólogo Juan Antonio Montero y ha ampliado su formación con diferentes cursos.

«La motivación es fundamental. Todos los alumnos tienen que tener la posibilidad de acertar. Es mejor quedarse un poco corto para que ellos se sientan buenos», cuenta Calero. Cuando estaba ingresado, empezó a interesarse por un juego que nunca antes le había llamado la atención. «A pesar de toda la locura, siempre tuve ciertos períodos de lucidez». Calero explica por teléfono la necesidad de medir cómo está el ánimo de los usuarios, cuál es su capacidad, su formación y los daños que ha sufrido su sistema nervioso. La  terapia está especializada en la recuperación de déficits cognitivos -atención y funciones ejecutivas- habituales en adictos.

Clase de ajedrez terepéutico en La Garrovilla.

Su labor principal consiste en practicar ejercicios básicos de memoria y atención focal  en un tablero mural. «SI uno falla, hay que hacerle ver que su equivocación no es importante. Hacerle partícipe de los aciertos de los demás». Imparte sencillos ejercicios en sesiones de 90 minutos, divididas en dos bloques. Todos tienen que participar.

«Existen algunas experiencias, pocas, de la utilización del ajedrez en personas con problemas de adicción, aunque respecto a su uso con una finalidad terapéutica, considero que hemos sido, con el club Magic, pioneros», explica Urbano Vázquez, director médico  de La Garrovilla. Este modelo está siendo estudiado por instituciones tanto españolas como extranjeras. El Servicio de Salud Vasco (Osakidetza) se ha mostrado muy interesado en este tipo de terapia. Ha enviado representantes a Mérida y ha invitado a Montero a impartir alguna conferencia.

La semana pasada, Calero hizo algo extraordinario. Participó junto al Gran Maestro Manuel Pérez Candelario en una exhibición de simultáneas en el parlamento autonómico. «Perdí casi todas las partidas, a veces incluso me costó concentrarme, pero para mí fue realmente estimulante», cuenta orgulloso. Calero es un hombre sencillo que, entre distintos ejercicios nemotécnicos con peones, tiende la mano de la compresión y la generosidad. «Si yo puedo, ellos también. Mi condición de adicto la uso para animarles».

El ajedrez no cura ni hace milagros, pero los datos que maneja La Garrovilla convierten a este juego en una herramienta de apoyo muy estimulante en el ámbito de la rehabilitación. Además, es barato. Apenas requiere inversión en personal y medios (vamos, el sueño de un político). Confiemos que tanto las administraciones públicas como el sector privado tengan en cuenta esta iniciativa ejemplar y pongan recursos suficientes para generalizar su promoción. A Juan Francisco le ha ayudado. Solamente por eso ya vale la pena.

 

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