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Ajedrez, pasión de multitudes

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Ya no se los ve tanto en las plazas y algunos pocos se observan en los bares. Pero los ajedrecistas se cuentan por millones, y están en Internet.
Por Juan Carlos Carranza1
El ajedrez es una pasión de multitudes gracias a las decenas de salas virtuales (sólo una de ellas tiene más de 300 mil suscriptos) que permiten que un chino juegue a cualquier hora contra un cordobés sin moverse de su casa, en el teléfono, la tablet o la computadora.

El mismísimo Garri Kasparov, excampeón del mundo, se retiró de la competencia oficial pero juega partidas rápidas en la Web.

El juego ciencia se ha expandido gracias a Internet. Es un fenómeno global similar al póquer, aunque sin el condimento de las apuestas y con mucho menos marketing .

La cuestión es esa. El ajedrez ya no ofrece las batallas épicas de sus años dorados, a mediados del siglo pasado, cuando los grandes maestros salían de memoria, como los integrantes de “la Máquina” de River o “el Equipo de José”: Capablanca, Fischer, Spassky, Karpov y Kasparov. Si hoy en día le preguntan a cualquier neófito quién es el actual campeón mundial, es probable que nadie acierte a decir el nombre del noruego Magnus Carlsen.

Y entonces, ¿por qué este juego sigue tan vivo en la mente de millones de personas, desde un niño hasta un adulto mayor?

El escritor y divulgador estadounidense David Shenk tiene una pista: “Pensemos en un virus tan avanzado que infectara no sólo la sangre, sino también los pensamientos de su huésped, un ser humano. Se salvan de la infección el hígado y el bazo; en cambio, el virus se infiltra en los lóbulos frontales del cerebro y se apodera de las funciones cognitivas básicas, como la capacidad de resolución de problemas, el razonamiento abstracto, las funciones motrices especializadas y, lo que resulta más llamativo aún, la capacidad de hacer planes. El virus dirige los pensamientos, las acciones e incluso los sueños. Este virus se propone dominar no sólo el cuerpo, sino también la mente”. Ese “virus” se llama ajedrez. Los que jugamos este juego vaya si lo sabemos.

Campeones

Los medios masivos ya no dan lugar al ajedrez, ya no se hacen eco de sus principales torneos, pero en el imaginario popular subsisten aún los nombres de sus míticos gladiadores.

En 2010, cuando vino a Argentina, le pregunté a Anatoli Karpov por qué se seguía hablando de él o de Garri Kasparov, considerando que su último match por el título mundial fue en 1990.

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“Hay que organizar mejores competiciones, mejorar o corregir el sistema del título mundial. Se han cometido muchos errores en la organización del ajedrez profesional. El título de campeón hoy no significa tanto como cuando nosotros éramos campeones”, me dijo. Y agregó: “Cómo puede ser que el actual presidente de la Fide (Kirsan Ilyumzhinov) sea la persona más importante del ajedrez, cuando esa persona debería ser el campeón mundial. Tenemos problemas por eso. Es cierto, Kasparov y yo no hemos jugado en los últimos años y seguimos siendo los ajedrecistas más populares del mundo. El actual campeón mundial (entonces era el indio Viswanathan Anand) no es conocido, pese a ser un gran jugador. Y no es un problema de él, sino de la Federación”.

Aquel año también vino al país Garri Kasparov. Curiosamente llegó para apoyar la candidatura de Karpov a la presidencia de la Fide. Justo quien durante años fue su archienemigo.

Insistí en la cuestión que le había planteado a Karpov: “El fútbol tiene a Messi, el tenis a Nadal, y en otros deportes siempre surgen nuevos valores. ¿Qué pasa que en el ajedrez hace 15 años que no salen jugadores como usted o como Karpov?”.

“Eso depende del modo en que se promociona el ajedrez –reflexionó–. Si uno tiene torneos en Moscú, París, Londres o Buenos Aires, uno puede atraer a la prensa. Pero si usted hace torneos en pequeños pueblos perdidos, a quién le importa. Creo que el ajedrez no es bien promovido. Porque la Fide no puede atraer a los promotores y al público”.

Y siguió: “El problema es por esta Fide que tenemos. No está claro cuándo se puede jugar el campeonato mundial de ajedrez. Nosotros necesitamos que quien esté a cargo de la Fide sea alguien con buena reputación, que tenga un plan para que vengan los sponsors ”.

Lo mismo opina el maestro internacional cordobés Guillermo Soppe. Él cree que la devaluación que sufrió el título de campeón mundial contribuyó a que los medios perdieran interés en el ajedrez.

Vida propia

Más allá de la influencia que puedan ejercer sus máximas estrellas en la difusión, es evidente que el juego ciencia tiene vida propia.

Esto es así porque el ajedrez es producto de un lento triunfo de la inteligencia colectiva. Llegó a nuestras manos construyéndose de a poco, pasando de cultura en cultura.

A menudo se ha comparado una brillante partida de ajedrez con la belleza de un cuadro o la de una sinfonía. El único, y fatal, detalle es que para apreciar la estética de una jugada hace falta una instrucción previa.

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En ese marco, Shenk, en su libro La partida inmortal , se coloca en el lugar de los historiadores que no pueden explicar cómo es que este juego sobrevivió por miles de años en la memoria de la humanidad. No hay otro juego que tenga tantos registros históricos y haya sido abrazado con pasión enfermiza por tantos importantes personajes de la historia.

Uno de ellos fue Napoleón, quien jugaba hasta durante sus campañas bélicas. La leyenda cuenta que, durante su destierro en la isla Santa Elena, el gran general francés pasaba las horas jugando al ajedrez. Un día le hicieron llegar un plan de fuga camuflado en un tablero de marfil, pero quien tenía que revelarle el secreto murió antes de hacerlo. Así Napoleón jugó con ese tablero sin saber que encerraba la llave de su liberación del exilio.

Otro de los mitos que inundan este noble juego cuenta que la dama adquirió los movimientos que tiene en la actualidad (que combina el de una torre y el de un alfil) en España, cuando los cortesanos quisieron adular a la reina Isabel La Católica.

Su esposo, Fernando I de Aragón, también era fanático del ajedrez. Incluso, otra leyenda asegura que cuando Colón fue a pedirle fondos para hacer el viaje a las Indias, el rey se los concedió porque estaba de buen humor ya que acababa de ganar una partida.

El caso Fischer

Se podría decir que hubo un ajedrecista que cambió la historia del ajedrez. La irrupción del estadounidense Robert “Bobby” Fischer a fines de los años 1950 y hasta principios de la década de 1970 logró que generaciones enteras empezaran a jugar por él.

Fue una época en la que tableros y piezas se extinguían de las jugueterías. Multitudes silenciosas presenciaban sus partidas en teatros o se apiñaban en las veredas de los diarios esperando las jugadas que llegaban por teletipo (como ocurrió con La Voz del Interior en Colón 37), en ocasión de la disputa de su match por el título mundial con 
Boris Spassky.

La pasión de un niño que quería ser campeón mundial y el arrollador paso del hombre que lo consiguió en 1972 popularizaron el juego de manera extraordinaria y como nunca antes.

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Curiosamente, murió en 2008 en Islandia, el país donde conquistó la cima del ajedrez.

Deep Blue

Nada más humillante para la raza humana fue la derrota de Kasparov a manos de “ terminator ” Deep Blue, en 1997. El 11 de mayo fue el “día del juicio final” para la humanidad.

Desde aquel día, los programas de ajedrez cambiaron para siempre la vida del ajedrecista. “El ajedrez que se practica ahora es otro juego, muy distinto del que jugaba mi generación. La irrupción de las computadoras ha producido este cambio”, señaló el gran maestro Oscar Panno en una nota con este diario en 2014.

“Nuestra preparación era muy distinta. Al no tener computadora, dependíamos de nuestros propios análisis, más la información que encontrábamos en las revistas especializadas de la época y los informadores yugoslavos, que recogían las partidas de todo un semestre en el mundo. Ahora, los ajedrecistas tienen la posibilidad de poner una máquina a sacar la verdad de una posición. Usted me dice que, así, la mente del ajedrecista se vuelve más perezosa, y yo le digo que es un elemento que no se puede soslayar”, dijo aquella vez el primer campéon mundial juvenil argentino.

512.861. Son los ajedrecistas que el año pasado participaron en al menos un torneo rankeado en el mundo. Uno de los mayores atractivos del juego es su cantidad de variantes. Al comienzo de una partida hay 400 posiciones posibles; en el segundo movimiento, se elevan a 71.852, y, después de tres movimientos, las posiciones trepan a nada menos que nueve millones de alternativas.

210.000 es la cantidad aproximada de jugadores que tienen un rating de la Federación Internacional de Ajedrez (Fide, por sus siglas en francés). El sistema de puntuación Elo es un método basado en cálculo estadístico para medir la habilidad relativa de los jugadores de ajedrez. Su nombre se debe a su inventor, el profesor Arpad Elo (1903-1992), un físico estadounidense de origen húngaro.

1.500 ajedrecistas poseen título de gran maestro en el mundo. Según el ranking de este mes, el jugador con mayor puntuación es el campeón mundial, Magnus Carlsen, con 2851. Lo siguen Fabiano Caruana, con 2804; Vladimir Kramnik, con 2801; Anish Giri, con 2790, y Maxime Vachier-Lagrave, con 2788. El próximo retador mundial, el ruso Sergei Karjakin, tiene 2779 y es el octavo en el planeta.

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