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EL AJEDRECISTA

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Por Miguel Laura
Sufres, te angustias, de impotencia, de rabia. ¡Perdiste una partida ganada! ¡Cómo pudiste hacer la jugada más débil si estaba a golpe de ojo! Ahora todo ya está consumado, ya no puedes retroceder el tiempo. La partida ya termino y con ella también, quizá, tus sueños de alcanzar la gloria.

Si te habías preparado mucho tiempo para esta partida. ¿De que sirvieron, todos esos días y noches, semanas y meses de estudio y de preparación? Acaso no eras capaz de calcular 7 y hasta 8 movimientos adelante con sus respectivas líneas principales. Lo veías todo claro en tu mente: Las posibles celadas, las posiciones resultantes luego de la octava jugada, El posible final ganador si no hubiera el mate decisivo. Lo habías practicado tantas veces, te sentías seguro y superior. Era imposible perder.

Habías desarrollado la potencialidad de tu imaginación a niveles extremos, solo conocidas por expertos en Israel y Alemania. Tú voluntad era de acero, la habías desarrollado y puesto a prueba con ejercicios físicos intensos propios de los grandes gimnastas que resistías bien. Nada te doblegaba, habías practicado quedarte sentado sin moverte de un tablero durante 8 horas seguidas, analizando y concentrado sin perder la atención, con la mente despierta, alerta, para crear una brillantez, una jugada maestra. ¡¿Dónde estaba el error?!

Soñabas con que esta vez harías la partida de tu vida, una obra de arte, una belleza en su concepción táctica y estratégica, una pintura del sacrificio de una pieza que todos comentaran, y que algún día saldría publicado en los libros de las partidas más bellas de la historia del ajedrez.
No querías que tu rival se equivoque, deseabas que juegue tan perfecto como tú, para que tu victoria y la partida sean una poesía del ajedrez, una belleza inmortal y una muestra de la inteligencia y voluntad del ser humano.

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Tu alegría Y felicidad eran la perfección de tu juego, la realización de hermosuras ajedrecísticas y ahora todo lo habías echado a perder, te sentías perdido, abrumado y sin rumbo, “¡Dios mío porque me hiciste ajedrecista!” Lo dices con toda el alma … Pero ya tomaste una decisión. Empezaras todo de nuevo, te prepararas con más ahínco, harás el doble de esfuerzo, nada ni nadie detendrá tus sueños, te dedicaras a tiempo completo ¡Vivirás para la creación de obras inmortales del ajedrez! Tu satisfacción y alegría será la perfección de tus partidas y la inmensidad de tu imaginación para pintar jugadas jamás concebidas por cerebro humano… De pronto, sientes que alguien te sacude de los hombros y escuchas la voz de tu madre … “¡Despierta que se te hace tarde! Tienes que ir al torneo Nacional absoluto” Y sonríes y abrazas como nunca al ser que te dio la vida, y sientes una profunda alegría en tu corazón y tu mirada se pinta de esperanza…

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