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Una ventana al futuro: la belleza (artificial) del ajedrez

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Lo que sucede actualmente en el juego de los trebejos bien puede ser una parábola de un futuro posible, en el que los fríos algoritmos finalmente le ganen la partida al talento humano.

Ante los nuevos desarrollos tecnológicos, la frase más oída es «esta vez es diferente». Es que la inteligencia artificial se mete con el bien humano más preciado, que es precisamente la inteligencia, aquello que presuntamente nos pertenece, nos distingue y nos hace humanos. La tecnología moderna dejó de mostrarse maquinalmente y usurpa cada vez más cualidades que creíamos propias.

Lo que sucede en el ajedrez es una parábola de un futuro posible. Hasta hace un par de décadas, la lucha era entre autómatas con fuerza bruta versus humanos intuitivos. En 1997 Gary Kasparov perdió por primera vez ante Deep Blue, una bestia computacional que procesaba 200 millones de jugadas por segundo, y aun cuando Kasparov tuvo un brote paranoico (sugirió que la máquina fue ayudada por expertos), se vislumbró unánimemente el inevitable triunfo de los fríos algoritmos por sobre el talento humano.

Pero Deep Blue tenía poco de inteligencia artificial. La automatización moderna no suma velocidad a una mecánica repetitiva, sino que elabora algoritmos que aprenden por su cuenta. El programa AlphaZero desarrollado por Deepmind, una empresa relacionada con Google, lo logró mejor que nadie. Partiendo de cero, se le proporcionaron las reglas básicas del ajedrez y se lo puso a jugar contra sí mismo para aprender la lógica del juego. El programa se transformó en el mejor jugador de la historia tras entrenar durante… 24 horas. Claro que durante ese lapso el programa jugó 44 millones de partidas, lo que una persona podría completar jugando sin parar un minuto y sin dormir en 160 años. Recientemente, AlphaZero jugó 1000 partidas contra Stockfish 9, sucesora de DeepBlue y campeona mundial más poderosa de la historia, y la humilló ganando 155 partidas y perdiendo apenas seis. A la pobre Stockfish le dieron ventaja en el reloj para ver si remontaba, pero aun con diez veces más de tiempo siguió perdiendo.

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«Una virtud sorprendente del algoritmo AlphaZero es que economiza análisis», explica el maestro internacional y profesor de ajedrez Fabián Fiorito. «Evalúa 60.000 posiciones por segundo, mucho menos que las 60 millones que estudia Stockfish. Es el primer rasgo potencialmente humano que encontramos en un programa».

Pero no es el único. Pese a ser un algoritmo, AlphaZero destila lo que los maestros consideran belleza ajedrecística, combinada con la solidez y consistencia necesaria para no fallar. «Hasta los años 60, jugadores como Mikhail Tal o David Bronstein practicaban un ajedrez estético, con jugadas geniales y sacrificios de piezas sorprendentes», dice Fiorito. «Pero el menottismo en el ajedrez se terminó y hoy los jugadores de elite no pueden darse ese lujo, porque a la larga terminan perdiendo», acota. AlphaZero logró revertir esto y juega entregando piezas para abrir líneas de juego, coordinar ataques o atar el juego del adversario. En una de sus partidas contra Stockfish 9, relegó 4 peones y la dejó en una posición en la que virtualmente no podía mover sus piezas, como si fuera un principiante.

Pese a cuidarse y no tirar más lujos, el sapiens ya no puede competir contra estos monstruos. El actual campeón mundial, Magnus Carlsen, tiene un rating ELO de 2800, que palidece ante los 3600 estimados de AlphaZero. Encima, la belleza del ajedrez humano empieza a sembrar dudas. Carlsen y Fabiano Caruana disputaron hace poco el campeonato mundial y las 12 partidas terminaron empatadas (terminó ganando Carlsen en un final a 5 partidas rápidas). Y contra todo pronóstico, fue la inteligencia artificial la que dibujó un Messi del ajedrez, que combina talento, efectividad y… belleza. Según el test de Turing, la prueba que una máquina debe superar para ser considerada humana es que así lo parezcan sus respuestas al establecer un diálogo con una persona real. En el caso de AlphaZero es inútil buscar rudeza o frío perfeccionismo en sus partidas, y solo se sospecha de su condición por su «excesiva» creatividad. Quizás ahora podamos responder la pregunta final del poema «Ajedrez», de Borges: «Dios mueve al jugador, y este, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?». Este metadios bien podría ser un algoritmo de autoaprendizaje.

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¿Qué queda del ajedrez para los mortales?

Varios analistas temen que el juego se vuelva tedioso y proponen cambios, como reducir el tiempo de las partidas, forzar desempates o cambiar el lugar inicial de las piezas. Fiorito discrepa: «No es cierto que el ajedrez se haya vuelto más aburrido, de hecho la cantidad de tablas viene decreciendo. La final del mundial fue una excepción, fueron demasiadas pocas partidas y no quisieron arriesgar». En su opinión, el acceso a entrenar con programas como AlphaZero podría revolucionar las estrategias. «Pese a la inteligencia artificial, hay cada vez más jugadores y el entusiasmo persiste», concluye. Lamentablemente, el programa aún no está disponible, aunque existe un proyecto de código abierto llamado LcZero que trata de replicar el éxito de AlphaZero y que ya está compitiendo con los mejores módulos del mundo.

Otra razón para que los humanos sigan buscando jaques mates son los presuntos beneficios intelectuales del juego. Y parece que Miguel de Unamuno, que dijo que «el ajedrez es un juego que desarrolla la inteligencia… para jugar al ajedrez», está en lo cierto. Un artículo de Giovanni Sala y Fernand Gobet evalúa la evidencia disponible y sugiere que el efecto del juego sobre las capacidades académicas y cognitivas es moderado, y que varios estudios contienen fallas de diseño. Sin embargo, aun es posible que el ajedrez sirva para mejorar en algunos rubros específicos. Dos economistas, Christoph Bühren y Björn Frank, no perdieron la oportunidad de evaluar si los maestros de ajedrez podían entender la teoría de los juegos, y los hicieron jugar al «concurso de belleza»: cada participante elige un número entre 0 y 100, luego se calcula el promedio de los valores elegidos y se divide por 2. Quien haya elegido un número similar a este resultado es el ganador. Si la lectora optó por el 25 se equivoca, pues asume que el resto elige valores al azar entre 0 y 100. ¿Pero qué pasa si todos eligen el 25? Habrá que elegir el 12. Pero si todos eligen el 12 debemos ir por el 6, y así sucesivamente hasta llegar a cero. Los autores muestran que los genios del ajedrez no eligieron mejor que el resto, todos se ubicaron lejos del valor «de equilibrio».

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Pese a sus escasos beneficios cognitivos y a la irrupción de AlphaZero, el ajedrez sigue siendo uno de los juegos más entretenidos y desafiantes que se haya inventado. En El séptimo sello, Bergman proponía una dramática partida de ajedrez con la muerte, quien naturalmente triunfa. Difícilmente AlphaZero nos salve de tamaña sentencia, pero al menos parece traernos una nueva clase de belleza para pasar mejor el tiempo que nos toca vivir… frente a un tablero de 8×8.

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