Esta joven República, con apenas 20 años de independencia, se trata de uno de los pocos países donde el ajedrez es tan popular como el fútbol; incluso, sus mujeres juegan tan bien como sus ajedrecistas varones. Acaso, esto tampoco haya sido magia, sino que fue producto de una mujer a la que sus súbditos adoraban, respetan y llamaban Rey en lugar de Reina; la que impuso una costumbre, que pasó de padres a hijos, y se volvió tradición hace más de un milenio. Nace la historia.
Durante la Edad Media, en Europa Oriental, una poderosa reina, anterior a Isabel I de Inglaterra y Catalina La Grande de Rusia, consolidó y expandió el imperio Georgiano. Su nombre, de origen bíblico por pertenecer a la dinastía Bagrationi (descendientes directos del Rey David) era Tamara, hija de Jorge III, al que sucedió en el trono.
Coronada a los 24 años, Tamara condujo entre 1184-1213, el período más próspero y exitoso en el campo político, económico, militar y cultural bautizado como la era dorada georgiana. Por eso, tras su muerte fue canonizada por la iglesia ortodoxa y apostólica georgiana, como Santa y Justa Reina Tamara, a la que el célebre poeta Rustaveli, le dedicó la obra: «El caballero en la piel», una biografía de la primera mujer que gobernó un país.
La reina Tamara fue una de las grandes impulsoras de la igualdad de géneros y, como fuerte aficionada al ajedrez, promovió, además, su práctica entre hombres y mujeres. No fue extraño que durante su reinado ordenara que toda dote nupcial debía contar con un juego de ajedrez. Luego, ya sin su presencia física, el legado se mantuvo, e incluso tuvo un agregado, el juego de la dote fue acompañado con el libro de Rustaveli.
Este cambio no sólo permitió que toda mujer conociera la capacidad de la Reina Tamara para desafiar las peripecias del reinado, sino que además sirvió para dar conciencia de que al menos en ese país, las mujeres son iguales a los hombres. Y no sólo en el ajedrez, sino en todas las áreas.
Criadas y educadas bajo estas condiciones, las ajedrecistas georgianas aprendieron a marcar diferencias con sus pares. Desde la desaparición de la URSS, la República de Georgia ganó cuatro olimpíadas femenina.
Entre 1962 y 1991, dos georgianas, Nona Gaprindashvili (1962-1978), y Maya Chiburdanidze (1978-1991), se dividieron el reinado femenino.
La primera mujer que ganó el título de Gran Maestro fue Nona Gaprindashvili, la misma que en 1977 en Lone Pine ganó un abierto entre 45 maestros varones.
En el último ranking de la FIDE (julio 2016) entre las 100 mejores ajedrecistas, 48 de ellas son de origen georgiano, casi el 50%. Un dato revelador.
Fuente: lanacion