En el ajedrez, el valor de las piezas es muy subjetivo: «Puedes tener una dama o un caballo de ventaja y estar totalmente perdido porque las piezas valen por lo que hacen» y no solo por su categoría inicial, dice Carla Heredia.
La ecuatoriana Carla Heredia, que este mes participará en las Olimpiadas de ajedrez en Batumi (Georgia), cree que ese deporte es una metáfora de la sociedad, donde las personas «valen por lo que hacen» y no por el lugar que ocupen.
En el ajedrez, el valor de las piezas es muy subjetivo: «Puedes tener una dama o un caballo de ventaja y estar totalmente perdido porque las piezas valen por lo que hacen» y no solo por su categoría inicial, dice a Efe.
«Las personas valemos por que hacemos no por cuánto dinero tengamos en una billetera o el título colgado en la pared», subraya Heredia, que se prepara para participar en las Olimpiadas, que reunirán a unos 170 países, entre el 23 de septiembre y el 6 de octubre.
En el ajedrez, el todopoderoso rey tiene limitaciones pues avanza de paso en paso y todas las piezas le pueden dar jaque mate, reflexiona la Gran Maestra internacional de Ajedrez de 27 años y primera ecuatoriana en clasificar a un mundial.
«Es una metáfora de la sociedad, donde el rey puede ser el Gobierno, los políticos, y los peones somos la gran mayoría de la sociedad y podemos juntos exigir mejores cosas y trabajar cada uno por lo mejor», observa.
Asimismo, el peón -que siempre avanza hacia adelante-, puede llegar a convertirse en cualquier pieza, indica la ajedrecista que tiene más de cien medallas, entre las que figuran oros locales, panamericanos, suramericanos, centroamericanos y bolivarianos.
Con un caballo tatuado en su muñeca, Heredia confiesa que es su pieza favorita porque es la única que puede saltar, y la representa pues ella también ha tenido que brincar muchas barreras en su vida, como cuando debió salir del colegio y estudiar a distancia para poder centrarse en el ajedrez.
O en sus empeños por difundir un deporte que no es masivamente popular, en su lucha con conseguir financiación para desarrollarlo, o cuando la vida le puso cara a cara ante sus prejuicios y privilegios al enfrentar otras sociedades menos favorecidas.
Y también la vez que la vida le ordenó sus prioridades hace una década cuando debieron extraerle un tumor en el cerebro e incluso cuando un desempleado le ofreció sus artesanías como apoyo para que las venda y se financie un viaje para participar en un torneo.
Rompe en llanto al comentar la anécdota por el agradecimiento a tanta generosidad, altruismo que ha vuelto a experimentar ahora que debe repetir análisis médicos para descartar un eventual nuevo tumor en el cerebro.
Psicóloga de profesión y en curso, por beca, de una maestría de Gerencia Deportiva en la Universidad de Texas Tech, en Estados Unidos, Heredia -que ha participado ya en cuatro olimpiadas- se inició en el ajedrez a los siete años por un taller en la escuela.
«Aprendí fútbol antes que ajedrez, pero no me gustó porque era la única, pero el ajedrez fue inclusivo desde el principio», dice quien ha usado el ajedrez para luchar contra la discriminación y ha liderado talleres sobre un «Jaque a la violencia».
De hablar pausado, Heredia opina que el ajedrez «obliga a ser muy crítico. No existe factor suerte» y fuerza al jugador a hacerse responsable de sus acciones, como en la vida, argumenta.
Y aunque cuenta que el ajedrez aún le causa alguna lágrima, ha comprendido que ese deporte no le define, sino que es un extra en su vida y que ella vale por sus valores y por lo que es con la gente.
Vinculada a campañas de reflexión sobre el femicidio, las familias diversas, la violencia de género, ha conocido luchas de ese tipo en su país y en varias de las 30 naciones por las que ha viajado gracias al ajedrez.
Nacida en el seno de un hogar de clase media, Heredia quiere seguir creciendo a nivel profesional sin olvidar sus orígenes y sueños, como el de tener «un Ecuador con más respeto, oportunidades» pues «aún estamos en país donde la educación sigue siendo un privilegio», se lamenta.
Y por ello, usando el ajedrez como «una herramienta de unión», se ha enganchado a las redes sociales para usarlas como altavoz en su combate a las desigualdades y sus esfuerzos contra la violencia y la xenofobia, desde lo que llama su «pequeña voz».
«Siempre lo hago desde el respeto y del argumento», apunta quien se considera feminista y cree que «no hay feminismo en el que los hombres no estén invitados».