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Brindis en jaque

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El planeta es el particular tablero de juego del autor, que inicia una serie de verano sobre viajes y ajedrez
Esta primera entrega transcurre desde Georgia hasta China, donde esa práctica fue prohibida durante la agonía de Mao. Beber y jugar. Torres, peones, vodka y sake
LEONTXO GARCÍA
En Georgia, donde la dote nupcial en la Edad Media incluía un tablero de ajedrez, todo sorbo de alcohol durante una celebración debe ir precedido de un pequeño discurso y un brindis. Los chinos, que prohibieron el ajedrez durante la Revolución Cultural (1966-1976), apenas producen la enzima ALDH, que absorbe el alcohol. Si quiere conocer las curiosas conexiones de todo ello, siga leyendo.

Tbilisi (capital de Georgia), enero de 1988; son las 18.30 en la casa de una familia de ajedrecistas ilustres que me ha invitado a cenar antes de llevarme a la estación para el tren de las dos de la madrugada. La visión de una mesa redonda atiborrada de comida y vino georgiano no puede resultar más placentera. Pero debo tener muy en cuenta la costumbre local de discurso y brindis, que es rotatorio, empezando por el anfitrión.

Así comenzó una cena de más de seis horas que jamás olvidaré. Los primeros cuatro o cinco discursos que me tocaron no fueron un problema: en el inicial mostré mi profundo agradecimiento por tan cordial acogida; en el segundo aludí a que los georgianos están convencidos de que los vascos somos sus hermanos –sostienen que hubo una gran migración del Cáucaso a los Pirineos–; en el tercero expresé mi admiración por lo importante que es el ajedrez en Georgia (especialmente el femenino; las mejores jugadoras son tan famosas como las estrellas de cine); en el cuarto brindé por el ajedrez como instrumento para promover la paz entre los pueblos… y a partir de ahí solo recuerdo el mal rato que pasé cada vez que se aproximaba de nuevo el turno de levantarme, decir unas palabras coherentes y brindar. Hacia la 1.15, la señora de la casa recogió toda la comida y bebida que había sobrado (tras seis horas de libación constante), la empaquetó y me la regaló, antes de que su marido me llevase a la estación. Nada más subir al tren, invité a vino y licores a mis compañeros de vagón.

Y entonces añade la palabra temible: “¡Campey!”, que te obliga a beber de un trago hasta la última gota”

Viví durante años en el error de que ningún país del mundo podía superar a Georgia en la intensidad y número de brindis. No había estado aún en China, donde el ajedrez (al igual que la música de Beethoven y muchos otros “especímenes de la degeneración burguesa”) había sido prohibido por la Banda de los Cuatro, que gobernó mientras Mao Zedong agonizaba. Pero el Gobierno siguiente apostó por el desarrollo del ajedrez, con preferencia para el femenino, lo que me llevó a Pekín y Shanghái varias veces entre 1997 y 2010.

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Y allí descubrí el no va más. A una costumbre idéntica a la georgiana, los chinos añaden el brindis por parejas: en cualquier momento, uno de los comensales se levanta con su vaso de vino de arroz (aguardiente) en la mano, se te acerca y, cuando te yergues con tu copa, dice, por ejemplo: “Leontxo, ha sido un placer conocerte. Brindo por una larga amistad”. Y entonces añade la palabra temible: “¡Campey!”, que te obliga a beber de un trago hasta la última gota. No pasarán cinco minutos antes de que otro chino se acerque con el mismo propósito. El objetivo es, obviamente, emborrachar al invitado junto a ellos mismos. Pero así pude comprobar que los chinos apenas producen la enzima ALDH: una y otra vez, al cabo de una hora escasa, ellos mostraban una cogorza monumental y yo no.

Entre las 50 mejores jugadoras de ajedrez del mundo hay ahora nueve chinas y seis georgianas. Pero podemos asegurar que los banquetes de celebración de sus éxitos serán siempre más largos y divertidos en la república caucásica. Cuando se trata de producir ALDH, los georgianos ganan por goleada.

elpaissemanal@elpais.es

Fuente: elpais

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