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El ajedrecista más longevo de la Argentina cumplió 96 años y revive sus partidas con Najdorf y Fischer

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Amil Meilán en el Club Argentino de Ajedrez, donde es habitué todos los sábados. (Gustavo Gavotti)

Sentado frente al tablero, detrás de la figura de un tenue rey y un sesgo alfil, se esconde un hombre de contextura endeble y carácter pertinaz; un luchador de la vida, que a los 96 años (los cumplió el pasado 1 de junio) aún es capaz de elaborar endiablados jaques y gambitos que lo convierten en el ajedrecista más longevo en actividad del país y entre los escasos ejemplos del mundo.

En 2018, cuando su salud le permitía concurrir cuatro días a la semana al Club Argentino de Ajedrez – la entidad que lo tiene entre sus socios vitalicios y que lo cobija desde 1954-, conquistó su último torneo, una competencia de ajedrez ping pong, con ritmo de partidas a 5 minutos para cada rival. Toda una hazaña.

«El ajedrez fue y sigue siéndolo el mayor entretenimiento de mi vida; me acompaña desde la infancia. Para mí siempre se trató de un juego o pasatiempo; nunca me preparé ni estudié para llegar a ser maestro», señala Horacio Tomás Amil Meilán, el hombre que, con edad exagerada, aún posee una mente prodigiosa de la que puede rescatar recuerdos de una infancia y juventud turbulenta, y que lo sostiene para sortear los molestos jaques de los achaques de la senectud.

«En octubre del año pasado me caí en mi casa y me fracturé un hombro (la clavícula del brazo izquierdo), eso me obligó a tomar mayores recaudos; ahora sólo voy los sábados al Club. También tuve que contratar a dos asistentes para que se ocupen del cuidado de la vivienda», contó el ajedrecista récord de Argentina, que desde 2012 convive con la soledad de su hogar de la calle Billinghurst al 1800, tras la muerte de Dora, su esposa y compañera durante 60 años.

Tras el accidente doméstico, Amil Meilán se alejó por un tiempo del juego, pero en marzo último se produjo su regreso. Lo hizo en una competencia de ajedrez rápido en la que tuvo por rival al niño prodigio Ilan Schnaider, N°1 del mundo entre los menores de 8 años, y N°1 de argentina hasta Sub10. Ya se sabe que el ajedrez es la única actividad que permite el enfrentamiento entre personas sin distinción de sexo o edad. Por eso muchos disfrutaron del encuentro en el que los protagonistas actuaban como en una escena familiar, en la que un nieto desafiaba a su abuelo.

«Sí, recuerdo esa partida. Yo volvía a jugar después del accidente y no sabía del poderío de mi rival; se puede decir que jugué sin complejos (risas). Esa vez me tocó ganar, pero debo reconocer que fue de pura casualidad. Fue una partida a 5 minutos, y en esos juegos rápidos generalmente sucede cualquier cosa. Seguro que si jugáramos otra vez, pero una partida de ajedrez pensado, ese chico que tiene un talento enorme me ganaría hasta con facilidad», señaló Don Horacio sin rodeos ni eufemismos.

Su linaje español proviene de la ola de inmigrantes que llegaron al país en el año del Centenario de la patria; en 1910 arribaron a esta ciudad una joven María Meilán, de La Coruña, y un entusiasta Andrés Amil, oriundo de Orense con apenas 15 años. El porfiado destino los unió mientras él aprendía el oficio de sastre y ella trabajaba de niñera para la familia Bunge. Se conocieron de casualidad, se enamoraron en un momento y se unieron hasta la muerte; juntos regaron el romance para la llegada de sus tres hijos varones: Andrés (político, militante de la UCR), Horacio y César (dirigente y periodista).

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En 1927, cuando Horacio tenía sólo 4 años, Buenos Aires fue sede de uno de los matches más famosos de la historia del ajedrez y que marcó en sus años de niñez, el primer intento de acercarse al juego. El Club Argentino y el Jockey Club fueron anfitriones del duelo por el título mundial, entre el campeón, el cubano José Raúl Capablanca y su desafiador francés, de origen eslavo, Alexander Alekhine. El interés del encuentro no sólo atrajo la atención de la prensa, los expertos y aficionados sino que también despertó la curiosidad en una parte de la sociedad. El ajedrez golpeó la puerta de los Amil Meilán, en su hogar (Independencia 620) en el barrio San Telmo, en el que cada noche, papá Andrés y un grupo de amigos se reunían y reproducían las partidas del promocionado duelo. Entre gestos y asombros, el pequeño Horacio -por entonces era sólo un observador-, aprendió los movimientos de torres, reyes, peones, damas y alfiles, pero fue el salto del caballo el que cautivó sus sentidos. «Me costó comprender ese movimiento en forma de «L» en pie, hacia los costados o invertida, intercambiando en cada salto el color de las casillas», rememora el mayor ajedrecista activo del país, con lucidez y precisión aunque haya pasado casi un siglo de esa anécdota.
Diversos estudios de científicos e investigadores son coincidentes a la hora de señalar varias de las virtudes y beneficios que se desarrollan con la práctica del ajedrez; el estímulo de la memoria, la concentración, la gestión del tiempo, la autoestima y la inteligencia emocional sobresalen junto a otras habilidades cognitivas y sociales.
«El ajedrez no sólo es bueno para la gente de la tercera edad, también es importante en la niñez; que los chicos a partir de los 4 o 5 años lo practiquen, se entusiasmen y sigan las instrucciones de los maestros. Con el ajedrez desarrollarán el pensamiento estratégico, les ayudará a desentrañarán las ideas del contrario y podrán resolver con mayor facilidad sus problemas», aseguró Amil Meilán que junto a Yuri Averbaj (de Rusia y con 97 años), Pal Benko (Hungría, 91), Brigitta Sinka (Hungría, 90), Neri Angelo (Italia, 89) y Manuel Álvarez Escudero (España, 97) integra el lote de ajedrecistas sobrevivientes de mayor edad -de los que se tienen conocimiento- en todo el planeta.
Sin contar con el aval del rigor científico, Amil Meilán es de los que cree que el ajedrez lo ayudó a retrasar su envejecimiento cerebral. «No cura el Alzheimer, pero puede ser preventivo», confirmó. Él estima que después de tantos años de práctica, el juego se ha convertido en una especie de gimnasia de su mente. A eso le atribuye la facultad de almacenar con asombrosa exactitud algunos recuerdos de su infancia y juventud que revela sin vacilar.
«De mi época en la escuela primaria, en el Valentín Gómez de la calle Piedras tengo guardados dos recuerdos sobre la muerte de dos personalidades. La primera, la de Don Hipólito Yrigoyen, en 1933, porque presencié sostenido por mi padre el traslado del ex presidente hasta el cementerio mientras la gente se abalanzaba peligrosamente como una marea humana sobre su ataúd. El otro recuerdo está ligado con mi maestro de 5° grado, de apellido Freda, que nos obligaba a diario a escribir una redacción sobre un tema libre. Pero un día entró al aula y sólo dijo: La redacción de hoy lleva por título, la muerte de Carlos Gardel. Tal vez esa gimnasia con la escritura me animó más tarde a participar en varios concursos literarios en el colegio. Una vez gané el primer premio y me regalaron el libro de Miguel Cané, Juvenilia» recuerda con nostalgias.
El temprano adiós de su mamá -María Meilán- lo convirtió en un joven rebelde y agnóstico. Que dejó los estudios (cursaba el tercer año en el Otto Krause), que buscó un trabajo para sobrevivir y se metió de lleno en el mundo del ajedrez. Tenía 15 años.
Al año siguiente en 1939 conoció a los mejores ajedrecistas del mundo que llegaron a Buenos Aires para disputar la Copa de las Naciones, en el Teatro Politeama. Fue concurrente del histórico certamen y para mejorar su nivel de juego más tarde se asoció al Círculo del Ajedrez (un club que se ubicaba en Bartolomé Mitre y Diagonal Norte -hoy se levanta una playa de estacionamiento-) donde pulió sus rudimentos en el juego. Eran tiempo de la Segunda Guerra Mundial -la que puede contar en detalles- y varios de los ajedrecistas que nos visitaron se quedaron un tiempo en el país. Amil Meilán trabó amistad con un polaco, Franciszek Sulik, y la consigna fue clara. Él le enseñaba hablar en castellano y el maestro le descifraba los secretos del juego. La amistad duró hasta que Sulik se marchó a Italia para sumarse al ejército polaco del General Anders para combatir a los nazis. «Fue una pena no haber estudiado más con él, sin dudas hubiera sido un mejor ajedrecista», dice con nostalgia el vecino de Recoleta, que en 2017, con 94 años jugó su último torneo internacional (el abierto Ciudad de Mar del Plata) donde cosechó el 55% de los puntos y se ubicó 70° entre 180 participantes.

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En el mundo solo hay tres ajedrecistas mayores de 95 años en actividad, uno es el argentino Amil Meilán. (Gustavo Gavotti)

Entre los años sesenta y setenta fue un asiduo participante de las principales competencias de ajedrez en el país. Sus constantes visitas a los bares y clubes de ajedrez lo convirtieron en un rostro conocido en el ambiente de los escaques y trebejos. En 1969 fundó el Círculo de Ajedrez Mágico (La Peña del Mate con ayuda), una organización, con un grupo de amigos «compositores de finales y problemas de ajedrez», que arrancó con 25 miembros y hoy es uno de los 7 sobrevivientes.
Ya emérito, dispuso de mayor tiempo para su pasión, y el Club Argentino de Ajedrez (de la calle Paraguay 1858) se convirtió en su segunda casa; allí en sus históricos salones trabó amistad con varios maestros. Jugó al ajedrez con Miguel Najdorf y hasta con Bobby Fischer.
«Tuve la suerte de ganarle una partida de ajedrez rápido a Najdorf; él era muy bueno en esa especialidad. En verdad se debe haber equivocado, porque si jugáramos 10 veces, él debería ganarme 10 a 0. Lo recuerdo como un hombre activo y preocupado por la difusión del ajedrez. Una tarde su esposa (Rita) le hacía señas mientras él jugaba para que terminara la partida porque estaban llegando tarde al cine. En un momento ella se ofuscó y marchó de la sala, cuando Najdorf lo advirtió se levantó de inmediato y con su voz grave soltó una frase para que lo escuchara todo el salón: «muchachos, si quieren seguir jugando al ajedrez, nunca se casen» (risas).
En otra ocasión, a comienzo de los años setenta, como socio del Club Argentino, Amil Meilán fue invitado a participar de la exhibición simultánea que brindaba uno de los grandes ajedrecistas de aquel momento. Un año antes de consagrarse campeón mundial, el norteamericano Bobby Fischer jugó de manera simultánea contra 20 ajedrecistas de aquel club; Don Horacio fue su rival.
«En mi carrera obtuve pocos logros ante fuertes jugadores; apenas rescato esa victoria frente a Najdorf o un empate en una simultáneas con el estonio Paul Keres. El día que jugué con Fischer quise repetir la receta exitosa empleada con Keres, pero el norteamericano me liquidó en sólo 17 jugadas. Después me contaron que Bobby, que era amigo de Najdorf y de Quinteros, reprodujo de memoria todas las partidas de la exhibición. Cuando llegó a la mía, les dijo con una sonrisa: «y quién es éste que me jugó un gambito danés (una apertura con entrega de peones a cambio de un rápido desarrollo de las piezas mayores) del que soy un especialista. ¿No me conoce? les dijo preocupado Bobby Fischer».
La pasión de Amil Meilán por el ajedrez siguió firme, aunque el nivel de fuerza de su juego fuera en descenso. Por eso, en los años ochenta se atrevió a unir el ajedrez con la poesía y escribió 64 sonetos del milenario juego. Y, más tarde, incluso, escribió un tango «Tangajedrez» que está registrado en SADAIC.
A los 96 años y a casi un siglo de su primer contacto con las piezas, Don Horacio Tomás Amil Meilán sigue reinventándose con el ajedrez como mejor compañía. Visita semanalmente el Club, entabla tertulias con las que estimula su vida social y frente al tablero cada tanto mete un batacazo y alcanza un resultado sorprendente. Todo un campeón. Un verdadero campeón de la vida.

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