Hace cuarenta y un años, entre julio y octubre de 1978 en Baguío, Filipinas, el mundo del ajedrez escribió una de sus páginas más escandalosas; el duelo por el título mundial, entre el monarca ruso y niño mimado del Kremlin, Anatoly Karpov, de 27 años, y su desafiador, el primer ajedrecista exiliado del régimen de la URSS, Víktor Korchnoi, de 47, se convirtió en un enrevesado sainete con giros grotescos y ridículos salpicados de política, traiciones, espionaje, parapsicología y paranoia.
Las acusaciones cruzadas obligaron a la intervención de Jimmy Carter (presidente de EE.UU.), y de Margaret Thatcher (Primera Ministra Británica) que le transfirieron los reclamos al presidente del Soviet Supremo, Leonid Brézhnev. Los hechos extra ajedrecísticos sucedidos en Filipinas (por entonces gobernada por el dictador Ferdinand Marcos) dieron origen al film La Diagonale Du Fou (La diagonal del loco) ganadora del premio Oscar a la mejor película extranjera (1984), y a la Ópera Rock Chess, con gran éxito de carteleras en Londres y Nueva York. Nace la historia
Acaso sin saberlo, Víktor Korchnoi y Anatoly Karpov habían estrechado sus manos por última vez frente a un tablero, en noviembre de 1974; en la Sala de Columnas de la Casa de la Unión Comercial (allí descansaban los cuerpos de Lenin y Stalin), acababan de disputar la serie final del ciclo Candidatura para seleccionar al rival y aspirante al título mundial de ajedrez, en poder del norteamericano Bobby Fischer, que había vencido a Boris Spassky, en Islandia en 1972.
El resultado del match resultó sorprendente para los expertos y la prensa de Occidente; contrario a los pronósticos, después de 60 días y 24 partidas, el joven Karpov se impuso por 12,5 a 11,5. Tras el final de la ceremonia de premiación, y a la hora que las copas charlan, Korchnoi con la confianza del alcohol se atrevió a soltar sus primeros demonios en el periódico yugoslavo Politika: justificó su derrota acusando a las autoridades soviéticas, al Comité de Deportes y a la Federación Rusa de Ajedrez de favorecer a su rival. «Karpov contó con un ejército de maestros antes y durante nuestro encuentro; incluso figuras como Tal y Geller analizaban sus partidas. En cambio a mis ayudantes (Smyslov y Bronstein) los enviaron a competir al exterior», dijo sin rodeos. Y agregó: «esta preferencia sucedieron por dos factores fundamentales: Karpov no sólo es miembro del partido comunista, sino que además es veinte años más joven y por lo tanto con mayor proyección. Yo, en cambio, soy ruso por adopción y judío de origen».
Cuando los dichos salieron a la luz, Korchnoi perdió gran parte de sus privilegios como maestro de ajedrez; la baja del salario y la exclusión momentánea de participar en certámenes en el exterior. También le quitaron el derecho de publicar artículos y hacer comentarios en la TV, le interceptaron el correo, dejó de recibir revistas del extranjero y le instalaron micrófonos en su hogar.
Al año siguiente, cuando Fischer no aceptó las condiciones para exponer el título mundial, la FIDE (la federación internacional de ajedrez, según sus siglas francesas) le arrebató la corona y, en abril de 1975, consagró campeón mundial a Karpov, sin haber jugado una sola partida. Ahora, la casa estaba en orden. Los soviéticos habían recuperado el título mundial más preciado, el de ajedrez.
Recién a mediados de 1976, Korchnoi fue autorizado a jugar un torneo en Ámsterdam (el magistral IBM). Sigilosamente preparó su viaje y equipaje; se despidió para siempre de su mujer Isabelle (Bela, como la llamaba) y de su hijo, Igor. Sólo él conocía la próxima jugada. Como un general romano, Korchnoi acuñó la máxima «Veni, vidi, vici»; llegó, jugó y ganó el torneo de Holanda. En la ceremonia de cierre, y en un descuido de sus asistentes, se acercó al maestro inglés Anthony Miles al que le pidió que le escribiera y le enseñara la fonética en inglés de las palabras «pedido de asilo político». Al finalizar el acto, Korchnoi que debía presentarse en la embajada soviética cambió su destino y se dirigió al edificio «Policía Extranjera» en Ámsterdam. Allí exhibió el papel escrito por su colega, Miles, y se convirtió en el primer gran maestro soviético disidente.
La represalia en la URSS fue durísima; su hijo fue enviado con el ejército a Siberia y su mujer quedó incomunicada y le prohibieron la salida del país. El nombre y las fotografías de Korchnoi fueron quitados de la bibliografía ajedrecística en la Unión Soviética, y a los maestros se los convocó a un boicot para no participar en ningún torneo en el que el traidor a la patria fuera invitado.
El porfiado destino quiso que con Karpov como nuevo rey del ajedrez, en 1977 se pusiera en marcha un nuevo ciclo Candidatura para elegir a su desafiador para el Mundial de 1978. Y fue justamente Korchnoi, convertido en ciudadano suizo, el que eliminara a Petrosian, Polugaievsky y Spassky (todos soviéticos), respectivamente y se consagrara en el aspirante a la corona de Karpov. El cóctel político estimuló la propaganda del match; la figura del exiliado ganó fama y admiración en occidente, donde los adversarios del régimen tomaron su actitud como un ejemplo de valentía y lucha por la libertad.
Por ello, el duelo que ambos protagonizarían en Filipinas, y con un millón de francos suizos en premios se rodeó de una atmósfera extra-ajedrecística, similar a lo sucedido en Reikiavik (Islandia), en 1972, entre Bobby Fischer y Boris Spassky. El encuentro entre Karpov y Korchnoi fue presentado ante los ojos del mundo como otra batalla de la Guerra Fría librada por sobre un tablero de ajedrez.
Las historias de vida de Karpov y Korchnoi habían transitado caminos tan diferentes como las diagonales de los alfiles de distinto color; mientras el más joven creció en los Urales bajo el cuidado de sus padres Evgeni Stepanovich (ingeniero) y Nina Grigorievna (ama de casa), el mayor, en cambio, fue criado en Leningrado por su abuela Elena Alekseeva, tras la muerte repentina de sus de padres, Lev Merkurevich (profesor de Literatura) y Rosa Fridman (pianista), con los primeros bombardeos del comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Karpov vivió una infancia con la ñata pegada junto al vidrio viendo jugar en la calle a sus amigos; por prescripción médica tenía prohibida las salidas debido a una afección pulmonar. Por eso el ajedrez se volvió su mejor aliado durante los crudos inviernos de frío, lluvias y heladas. En cambio, Korchnoi aprendió a valerse de sí mismo y a utilizar sus pequeñas manitos para robar las cartillas de racionamiento de los bolsillos de los cadáveres esparcidos por las calles tras la hambruna disparada por el sitio de Leningrado durante el avance de los nazis. «Los suministros de agua se había congelado durante el invierno del 42; a los 11 años solía caminar un kilómetro acarreando dos caleros hasta un agujero en el hielo que me permitía sacar agua del río Neva» recordó el veterano ajedrecista en su última visita a Buenos Aires, en 2001.
En el juego de ajedrez, el ascenso de Karpov fue tan veloz como un rayo; un diamante bruto pulido en la escuela de Mikhail Botvinnik (ex campeón mundial y Patriarca del ajedrez soviético) y perfeccionado por su entrenador, el maestro Semyon Furman. A los 18 años, en 1969, se proclamó campeón mundial juvenil, y al año siguiente obtuvo el título de gran maestro. Alumno brillante en las carreras universitarias de Economía e Idiomas, e integrante de una familia obediente al Partido Comunista, lo marcaron como fiel exponente, ejemplo moldeado a imagen y semejanza del antiguo régimen. Korchnoi, por el contrario, no se había afiliado al Partido, y su mayor talento era su espíritu de sacrificio. Aprendió a jugar al ajedrez a los 14 años, y a los 30 logró el primero de los cuatro campeonatos soviéticos conquistados a lo largo de su dilatada carrera.
Por eso el enfrentamiento por el título mundial en Filipinas no sería sólo el choque de dos estilos de juego diferentes, sino también de dos visiones antagónicas del mundo. Con algo más de una semana de antelación al match, ambas delegaciones arribaron a Baguío. El equipo del desafiante lo integraban tres maestros, los ingleses Michael Stean y Raymond Keene, y el israelí Jakob Muray (el argentino Oscar Panno se incorporó con el duelo ya comenzado). Korchnoi llegó acompañado de su secretaria privada, centinela de sus promesas de amor que más tarde se convirtió en su segunda esposa, la suiza Petra Leeuwerik, sobreviviente de un campo de concentración en Siberia. En tanto, el plantel soviético sumaba más de 20 personas; lo encabezaba el Coronel Baturinsky, seguido por los maestros Balashov, Zaitsev y Tal, y junto a ellos, médicos, preparadores físicos, cocineros, parapsicólogo, guardaespaldas y varios integrantes del servicio secreto del KGB.
El Centro de Convenciones de Baguío, un lugar con capacidad para 2000 personas, fue la sede del encuentro; se jugaría un match sin límites de partidas, y sería declarado ganador el que obtuviera primero seis victorias; los empates no se sumarían. El alemán Lothard Schmid (el mismo que dirigió Fischer vs. Spassky) fue elegido árbitro para este encuentro.
El ambiente cargaba una atmósfera extra de tensión: los rusos no permitirían ningún exceso de su rival (había aprendido la lección con lo sucedido con Fischer, seis años atrás) y Korchnoi, quería valerse de cualquier recurso para llamar la atención de la prensa y solicitar la liberación de su familia que había sido tomada de rehén y secuestrada en la URSS. Recurrió con cartas dirigidas a los Parlamentos de Suiza, Gran Bretaña, Francia y Holanda, a Amnistía Internacional, al gobierno de Israel, a la FIDE y a las figuras de Jimmy Carter, luego Reagan, y Margaret Thatcher. Recién cuatro años más tarde, en 1982, su hijo y su esposa fueron autorizados a abandonar la URSS.
No fue extraño que el primer desencuentro entre ambas delegaciones sucediera justo antes del comienzo de los juegos. Cuando la organización dispuso la utilización de las banderas representativas de cada jugador sobre la mesa de juego. En las competencias internacionales, la escenografía del escenario se completa con las sillas, el tablero, las piezas, el reloj, las planillas, y las banderas.
Los soviéticos protestaron que Korchnoi utilizara la bandera suiza, ya que no había cumplido con los requisitos de antigüedad para lucir esa ciudadanía, por lo que le dijeron, «sólo puedes jugar con una bandera blanca, o con la leyenda Apátrida». La respuesta no se hizo esperar, «Ok, será blanca», dijo Korchnoi, y completó, «pero con la leyenda, Yo me escapé». Por eso, cuando la negociación entro en un impasse, tomó intervención el árbitro y decidió que no se utilizaría ninguna bandera sobre la mesa de juego. Ahora sí, el match estaba listo para su comienzo.
Habían transcurrido los primeros cuatro empates cuando nació un nuevo conflicto: los anteojos. Korchnoi encendió la mecha argumentando que su rival, Karpov -de ojos verdes y mirada penetrante- le fijaba la mirada en los momentos en el que él debía efectuar su jugada. Pero como el árbitro no podía impedir que un jugador mire al otro decidió no intervenir. Por eso al siguiente juego, el aspirante se presentó con un par de anteojos espejados, que no sólo le devolvían la mirada a su rival, sino que además provocaba que los focos de iluminación del escenario le estallaran en la cara de Karpov. Ahora las quejas del campeón llegaron de inmediato, pero tampoco fueron escuchadas porque no existía regla alguna que prohibiera jugar al ajedrez con anteojos.
Un nuevo escándalo se produjo en el octavo juego. Karpov estaba enfadado con las actitudes y reclamos de Korchnoi por lo que decidió romper lanzas y eludió el saludo protocolar de extender la mano a su rival al comienzo de la partida; se trata de un signo de caballerosidad que siempre se respetó en el ajedrez. Ante el desplante del campeón, el aspirante, colérico, llamó al árbitro y le hizo notar la actitud desafiante de Karpov. Pero en aquel momento (en la actualidad el saludo es obligatorio) esa acción no estaba regulada en la leyes del ajedrez, por lo que árbitro sólo les pidió que se comportasen como caballeros. Korchnoi no quiso entrar en razón y exigió: «si no quiere saludarme está muy bien pero, entonces, que tampoco me hable. A partir de ahora cuando quiera abandonar u ofrecer un empate deberá hacerlo con un intérprete, y en este caso será usted», y señaló con su dedo índice al alemán, Lothar Shmid, árbitro del duelo.
El enojo le costó caro a Korchnoi, que jugó mal y visiblemente nervioso durante toda la partida. Karpov sacó provecho y tomó la delantera. Vencía 1 a 0.
Otro sainete se desató con los yogures. Promediando el match un frasco de yogur llegó hasta las manos de Karpov. Al día siguiente otro, y luego otro y otro más. Hasta que de pronto Korchnoi protestó. «¿Cómo sé yo si esto no tiene un significado extra ajedrecístico?. Un yogur de frutilla puede decir que ataque, en cambio sí es de banana que debe ofrecer tablas». Frente al reclamo y el temor que la paranoia fuera en ascenso, otra vez el sentido común del árbitro permitió salvar la continuidad del torneo, autorizando a que sólo se sirviera un solo yogur del mismo sabor y en el mismo horario, cada día.
Una nueva controversia se produjo con la presencia de fenómenos telepáticos. Es que entre los integrantes de la delegación soviética estaba Vladimir Zukhar, un parapsicólogo de la KGB, especialista en hipnosis telepática. Su función en Baguío era la de ingresar a la sala de juego, sentarse en la segunda fila en diagonal al escenario (desde donde pudiera visualizar la cara de Korchnoi) y permanecer con su mirada fija sobre el aspirante durante la cinco o seis horas que se extendiera el juego. Cuando Korchnoi descubrió a Zukhar en la sala exigió que fuera trasladado por detrás de la séptima fila. En el undécimo juego se presentó en la sala, otro profesional, el doctor Berginer (psicólogo personal de Korchnoi). Ese día el retador consiguió su primera victoria e igualó el duelo 1 a 1. Al día siguiente un grupo de agentes del KGB se sentaron alrededor del doctor Berginer, molestando su visión del escenario de juego. Tres días después, el psicólogo abandonó atemorizado la ciudad.
Inmediatamente Zukhar regresó a las primeras filas y Karpov hilvanó tres victorias: ganó los juegos, 13, 14 y 17; ahora se imponía 4 a 1 y estaba a dos victorias de retener el título. ¿Cómo reaccionaría el desafiador?.
Fue entonces cuando Korchnoi convocó a Didi y Dada, dos integrantes de la secta Ananda Marga, que llegaron a la sala de juego vestidos con túnicas naranjas y lanzando frases en un dialecto no reconocible. El parasicólogo ruso salió disparado del lugar, y Korchnoi volvió al triunfo. El match estaba 4 a 2.
La delegación soviética reaccionó con inmediatez y presentaron un escrito en el que acusaban a los yoguis de ser sospechosos de asesinatos. La policía filipina les prohibió el ingreso a la sala. El que pudo ingresar fue Zukhar, y la partida 27ª se definió a favor del campeón. Karpov vencía 5 a 2.
Los yoguis fueron puestos en prisión domiciliaria. Korchnoi los refugió con su delegación. Con ellos practicaba yoga, ejercicios de meditación y se preparó especialmente para la remontada del duelo. Inmediatamente se produjo una reacción del ciudadano suizo que ganó de manera consecutiva los juegos, 28°, 29° y 31°. Ahora el duelo estaba igualado en 5 victorias para cada uno.
Sólo bastaba un triunfo de cualquiera de los bandos para adjudicarse el duelo; como un partido de fútbol, el que hacía el gol ganaba. La tensión se disparó hasta las nubes, los soviéticos advirtieron las consecuencias del peligro, como antes les había sucedido con el norteamericano Fischer, ahora temían perder y que el título fuera a las manos de un disidente.
Al día siguiente debía disputarse la 32ª partida. Korchnoi llevaría las piezas negras y un empate lo dejaría en buenas condiciones para salir a buscar la victoria en el próximo juego cuando utilizaría las blancas. Sin embargo, el desafiante quiso sorprender al campeón y decidió salir a ganar con negras. «Con Raymond (Keen) tenemos un novedad guardada en la defensa Pirc, desde el año pasado. La tiraremos a la mesa mañana y sorprenderemos a Karpov», le dijo Korchnoi a su grupo de asistentes, entre los que estaba el argentino Oscar Panno, y se marchó a dormir.
«Yo no estaba de acuerdo; sugerí que lo mejor era volver a repetir la defensa francesa con la que había resistido buena parte del match y esperar al siguiente juego para luchar por el triunfo con las piezas blancas. Pero no pude cambiar su opinión. Él estaba convencido de que la idea que había preparado para su match en el 77 con Spassky, ahora le permitiría sorprender a Karpov», contó el Ingeniero y maestro argentino.
El 17 de julio de 1978 se reanudó el match con la disputa de la 32ª partida. La sala estaba convulsionada, con la presencia de un público bullicioso que obligaba al árbitro a pedir silencio. El Dr. Zukhar volvió a ubicarse en las primeras filas y pese a los reclamos de la delegación del aspirante, los organizadores no hicieron nada para retirarlo. Korchnoi no sabía lo que sucedía en la platea y siguió con su plan; aplicó su novedad en la apertura pero no tuvo el efecto deseado. Karpov no se sorprendió y hasta jugó con naturalidad como si supiera de antemano el final del cuento. El campeón jugó su mejor partida y después de cuatro horas suspendió el juego con una ventaja decisiva. La suerte estaba echada.
Al día siguiente, Korchnoi no se presentó a la reanudación y Karpov fue declarado vencedor y retuvo el título mundial. ¿Qué había pasado?
Mientras Karpov firmaba los primeros autógrafos como defensor del título, Korchnoi enfrentaba las cámaras de TV indicando que había sido traicionado por alguien de su entorno o que le habían colocado micrófonos o cámaras ocultas en su departamento. Sólo así Karpov pudo conocer de antemano lo que él había pergeñado. Estaba convencido que alguien le advirtió a Karpov y a su equipo sobre sus planes.
En los años siguientes, el inglés Raymond Keen pasó a integrar el equipo de trabajo de Karpov. Y el presidente de la federación filipina, Florencio Campomanes fue nombrado presidente de la FIDE. Dos movimientos extraños, que sólo alimentó la duda sobre la traición a Korchnoi, la que nunca pudo comprobarse.
Incluso, después, Korchnoi tuvo ocasión de cruzarse con un viejo conocido, el ex campeón mundial, Miguel Tal, que había trabajado en Baguío junto a Karpov. Y allí descubrió. «De la que te salvaste, querido Víktor», le dijo sonriente, el maestro letón. Y sin más vueltas le aseguró: «no hubieras salido vivo de esa isla si ganabas ese match».
Veintidós años después de los hechos narrados, viejos recelos salieron a luz con la desclasificación de los archivos Mitrojin (referidos a Vassily Mitrojin, archivista del KGB que vendió los textos clasificados al MI 5, del contraespionaje británico), en la página 728 del libro «El archivo Mitrojin: el KGB en Europa y Occiente, puede leerse que: «El centro formó un equipo de 18 agentes especiales cuya misión era asegurar la derrota de Korchnoi en 1978. Su jefe era el Coronel Víktor Baturinsky (con antecedentes destacados en las purgas de Stalin); el plan incluía la presencia en la delegación del parasicólogo Vladimir Zukhar, de tres maestros, un médico, un preparador físico, un psiquiatra, un químico, un experto en telecomunicaciones y varios agentes, cuyas funciones fueron desconocidas».
Si Karpov hubiera sido derrotado, tal vez, habría seguido los mismos pasos que Boris Spassky, que fue castigado por perder el título ante Bobby Fischer. Tras un acuerdo con el Comité de Deportes de la URSS fue autorizado a vivir en Francia. Para intentar recuperar el honor del título mundial de ajedrez, el Kremlin tenía dos caminos: Karpov o Korchnoi. Eligió al primero, al más joven y de familia modesta que encajaba con el perfil del héroe soviético, y sentenció la suerte del otro».
En 1981, las 2K se enfrentaron nuevamente; la nueva cita por el título mundial sucedió en Merano (Italia)… pero esa fue otra historia.
Anatoly Karpov, a los 68 años se mantiene en activo como embajador de Unicef; visita países y promociona los beneficios del ajedrez. También es diputado en Rusia.
Víktor Korchnoi -fallecido en 2016, a los 85 años-, fue un verdadero campeón sin corona. Un luchador de la vida, acaso, el hombre que pudo cambiar la historia; el que logró escaparse de la Unión Soviética, pero nunca de los servicios secretos.