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‘El jugador de ajedrez’: jaque mate al nazismo

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Marc Clotet, en una imagen de 'El jugador de ajedrez'.

Un ajedrecista español se enfrenta a un oficial nazi delante del tablero en este drama que consigue sus mejores momentos cuando el juego deviene el centro de la acción.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el ajedrecista ruso Alexander Alekhine se encontraba en la Francia ocupada. Un alto mando de la Wehrmacht aficionado a este juego le reconoció y decidió ofrecerle un trato. Los nazis respetarían las propiedades y la libertad de su esposa de origen judío, la también ajedrecista Grace Wishaar, a cambio de que él representara a Alemania en una serie de campeonatos organizados en los países del Tercer Reich. Esta anécdota inspiró a Julio Castedo la novela ‘El jugador de ajedrez’, que él mismo ha adaptado para la gran pantalla en esta película dirigida por Luis Oliveros.

En este caso, el jugador es español, Diego Padilla (Marc Clotet), y lo vemos conseguir su primer Campeonato de España al inicio del filme, en el año 1934. Su talento llama la atención de una periodista francesa, Marianne Latour (Melina Matthews), con la que se acaba casando. Ella le convence para que se marchen a Francia cuando la situación en España se vuelve insostenible. Pero allí acaba en una cárcel nazi. Su supervivencia pasa por, como una Scheherezade del tablero, mantener la atención del oficial alemán al mando, el coronel Maier (Stefan Weinert), que también adora este juego y prefiere que el ajedrecista siga vivo en tanto no va a encontrar mejor contrincante.

‘El jugador de ajedrez’ responde a un modelo de cine de época ambicioso en su producción pero demasiado académico en su ejecución. La película plantea un drama personal en un contexto histórico muy fácilmente reconocible. Tanto, que todo aquello que tiene que ver con la República, la Guerra Civil, el fascismo, el comunismo, la Segunda Guerra Mundial y el nazismo queda reducido al mero lugar común para situarnos en ese tiempo y ese lugar.

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Un fotograma de ‘El jugador de ajedrez’.

El protagonista, Diego, tampoco quiere resultar incómodo en lo que a política se refiere. Se sitúa claramente en el bando republicano, pero no es un comunista militante como su compañero Javier, al que encarna Alejo Sauras. Una vez en Francia, es apresado por los nazis debido a una denuncia falsa, no porque forme parte de la resistencia como ese otro colega español al que conoce en la cárcel, Pablo, al que interpreta Andrés Gertrudix. Al mismo tiempo, se ve capaz de mantener una integridad a prueba de bombas ante las proposiciones fáusticas provenientes primero de los fascistas españoles y después de los nazis. Al contrario que Alekhine, Diego entabla partidas con fachas de ambas nacionalidades pero no llega a jugar en público de forma oficial para ninguno de ellos. El personaje, por tanto, no muestra ningún tipo de complejidad, militancia o contradicción ideológica, y se define básicamente por un talento para el juego que no puede incomodar a nadie.

El personaje, por tanto, no muestra ningún tipo de complejidad, militancia o contradicción ideológica

Su antagonista en el filme también responde a un cliché muy extendido en la ficción televisiva y cinematográfica, el del nazi tan sanguinario como culturalmente refinado al estilo del Hans Landa (Christoph Waltz) de ‘Malditos bastardos‘, de Quentin Tarantino. Conocemos a Maier mientras contempla una botella de su bodega personal, deducimos de algún caldo bien añejo. En otra secuencia exalta la figura de Anton Bruckner como «el segundo gran sinfonista» germanófono después de Beethoven, aunque le reprocha su religiosidad. Además, habla un perfecto español, aunque esta habilidad probablemente tenga poco que ver con el acervo cultural de los alemanes de los años cuarenta y responda más bien a la vocación del filme para llegar fácilmente al espectador.

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La película está ambientada en la Francia ocupada.

La carismática y perturbadora presencia de Maier levanta el tono de la película. La relación que establece a través del ajedrez con el protagonista pone en evidencia hasta qué punto Diego articula sus relaciones mediante su trabajo. En la temporada que pasa en la cárcel, se comunica con sus dos principales interlocutores con un tablero de por medio. Por un lado, fortalece su compañerismo con Pablo a partir de improvisar con el escaso material del que disponen un juego de piezas blancas y negras. Por el otro, mantiene una tensión lúdica con su enemigo y opresor. También es el ajedrez el que le permitirá reconectar más adelante con esa hija a la que no ve durante años.

Cartel de ‘El jugador de ajedrez’.

Las secuencias centradas en el juego aguantan el interés de una historia que flojea mucho más en sus escenas meramente dramáticas, sobre todo en las que atañen a la relación de Marianne con el hombre enamorado de ella de toda la vida. ‘El jugador de ajedrez’ representa así un buen ejemplo de este cine español de vocación comercial que por momentos confunde clasicismo con cierto acartonamiento tanto de la puesta en escena como del relato, un cine que se muestra alérgico a cualquier riesgo, transgresión, complejidad o ambición estilística. El filme encuentra por tanto su modelo de referencia en ciertas series televisivas más que en las obras maestras de la gran pantalla.

Fuente: elconfidencial

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