Seis personas recibieron a Julio Granda, flamante campeón del Abierto Mundial de Veteranos en Italia, hace dos viernes. Consciente de su impopularidad, el ajedrecista atiende conquistas mayores: la salud de su padre, la enseñanza y su vigencia en el tablero.
Un niño llora. Llora mientras se revuelca sobre la tierra. Debajo de la nube de polvo, yacen dos ejércitos de ajedrez. Plástico sucio y caótico en las manos de un niño rabioso que no acepta haber perdido una partida contra uno de sus hermanos mayores.
Contemplando atentamente el berrinche, su padre. Un policía y agricultor autoritario de manos sensibles.
Esta escena, de una página, es el único avance de las memorias de Julio Granda, el niño rabioso, hoy de medio siglo de vida.
Granda lee un fragmento de lo escrito sin papel alguno, apoyándose en su memoria.
Encaramado en su maciza bicicleta discurría, presuroso, el señor Daniel Granda luego de una anodina jornada en la comisaría. Deseaba cuanto antes llegar a casa para despojarse de su rígido uniforme, saciar su voraz apetito, y atender sus múltiples tareas en su otra faceta como agricultor. Camaná, ubérrimo valle del sur del Perú, era entonces un poblado de…
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Se detiene Julio, el tercero de los siete hijos de don Daniel Granda. El camanejo que durante 30 años y hasta octubre del 2016 ocupó el trono del número uno del ajedrez nacional. El mismo que hace unas semanas, a los 50 años, se consagró como el campeón del Abierto Mundial de Veteranos en Acqui Terme, una comunidad de 20 mil habitantes, en Piamonte, Italia, y que al llegar a Lima la mañana del viernes 24 de noviembre fue recibido apenas por una prima y seis seguidores, camanejos todos.
Desprovisto de la pirotecnia de un gol y el estallido de un festejo, el ajedrez, callado y de un consumo calórico invisible –indicador vistoso y común del esfuerzo–, no acumula ni moviliza masas.
La foto de Julio Granda en la puerta de llegada, en el aeropuerto Jorge Chávez, despertó la indignación de unos pocos en las redes. La atención de la masa había volado hacia Rusia 2018.
Una pelota de cuero eclipsó, con su redondez imperfecta, los logros de cualquier otro deporte.
Granda, aguerrido volante de ‘pichangas’, no dramatiza. Es más, enmarca sus títulos alrededor del fútbol hasta colocarse como una especie de amuleto en una curiosa línea de tiempo: su campeonato Mundial Infantil Sub 14 en 1980 (Mazatlán, México) con España 82, y su reciente Mundial Senior alcanzado el 18 de noviembre, tres días después de vencer a Nueva Zelanda y clasificar a Rusia 2018, nuestro primer Mundial de fútbol en casi 40 años.
«Estoy acostumbrado a que nadie me reciba cuando gano un torneo. Seis personas me pareció bastante (risas) –explica Granda–. Inclusive no sé cómo llegaron, porque yo solo le avisé a mi prima para que me recogiera. Quería que nadie se enterara para darle una sorpresa a mi papá».
Julio se dedicó en este 2017 a sorprender a Daniel Granda Quintanilla. A inicios de año, el 3 de enero, cuando los siete hermanos se juntaron en Camaná para celebrar sus 77 años. Y hace poco, vía Facebook, donde le dedicó sus dos títulos mundiales, en una carta que una de sus hermanas se encargó de leerle.
(…) Agradecerte de todo corazón el denodado esfuerzo que hiciste en transmitirme todos tus conocimientos y a la vez inculcarme sólidos cimientos, aplicables también al otro tablero de la vida.
Con esa sabiduría tardía de los hijos que alguna vez se distanciaron de sus padres, Julio atribuye su ego diminuto a una frase de don Daniel: «Gana con sencillez y pierde con elegancia».
Además, dice no olvidar los incontables viajes Camaná-Arequipa que su padre costeó durante muchos fines de semana de su infancia para pulir su instinto. Un presupuesto que superaba largamente sus ganancias por el cultivo de arroz y su sueldo como policía.
Por estos días, Granda alterna homenajes tibios, como el del Congreso, y entrevistas de medios que se han curado a deshora de su miopía informativa, con una actividad que angustia y en parte lo reconforta: acompañar a su padre, paciente de cáncer, al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN), en impaciente búsqueda de la ecografía faltante para programar su operación. Su padre lleva un mes y medio en Lima, y sufre, como miles, los vacíos de un sistema colapsado.
Su estancia en Lima, pero sobre todo su tranquilidad, dependen exclusivamente de este trámite.
«Quiero dejar todo encaminado. A veces uno es muy tajante, pero en estos momentos difíciles uno se da cuenta de que es mejor tener amplitud y flexibilidad con los padres».
Lo dice alguien que perdió a su madre a los 17 años.
Vigente a los cincuenta
Julio Granda afrontó el Abierto Mundial de Veteranos en Italia no solo con la frescura de los cincuenta recién cumplidos, sino con el favoritismo de acumular el mejor Elo (sistema de puntuación de los ajedrecistas).
Salvo el Gran Maestro ruso Aleksandr Jálifman (51), campeón mundial FIDE entre 1999 y el 2000, sus demás contendores que rozaban los 65 años, límite para la otra categoría del torneo, estaban muy por debajo de su nivel.
En la tabla, por lo menos. Once rondas después, con la presión que ello implica, Julio Granda confirmó, sin sobresaltos, que es el ajedrecista de mayor edad más competitivo del circuito. Su puesto 89 en el mundo con un Elo de 2657 así lo indican.
En junio del 2016, de hecho, ascendió hasta el puesto 42 del ránking FIDE, y quedó a milésimas del Elo 2700, línea de fuego para determinar quiénes integran la élite de los ajedrecistas.
Aunque la chance de retornar a ese punto de gloria es lastimosamente remota, queda claro que Julio Granda continúa vigente.
«Más que la constitución física es la cuestión nerviosa. Con el paso del tiempo no regulas bien la tensión. Tu entendimiento del juego mejora, pero empiezas a fallar por desgaste mental», afirma.
Un mito se ha tejido en sus casi 40 años de carrera: Julio Granda no ha terminado de leer nunca un libro de ajedrez. La enseñanza ha derrumbado la fábula. Ahora lee, y mucho para que sus cinco alumnos (españoles, brasileños y chilenos) asimilen sus conocimientos de la mejor forma, vía Skype.
«Lo riguroso que no soy conmigo, lo soy con ellos».
Recordemos que Granda no solo ha sido poco proclive a la teoría sino también a la tecnología. Sin decir que desde los 20 años ha disputado todos sus torneos sin un entrenador.
«Uno es un reflejo de su país: la improvisación del Perú se nota en mi estilo. Ahora estoy más europeizado, pero ha sido difícil quitarme esa manera empírica de jugar».
Selección lejana
En abril del 2018 se cumplirán dos años desde que Julio Granda renunció a la selección peruana.
Un apretón de manos con Boris Ascue, presidente de la Federación de ajedrez, en febrero del 2017, hizo pensar en la reconciliación. Sin embargo, casi un año después, el histórico crédito nacional persiste en su alejamiento. Y vaya que lo asiste la razón.
«No he vuelto a la selección porque uno se da cuenta cuando no te quieren. No voy a ningunearlos ni negar sus aciertos (dirigencia), pero conmigo se equivocaron. Lo más sano es librarte sin desear nada malo».
En junio, la Federación lo contactó para que participara en el Continental de Medellín. No obstante –asegura Granda–, no hubo ninguna intención de restablecerle el apoyo económico que recibía por parte del Instituto Peruano del Deporte (IPD) cuando renunció.
«El ajedrez es invisible muchas veces. Es casi otro tipo de discriminación», concluye Granda, el rey solitario.
Estoy acostumbrado a que nadie me reciba cuando gano un torneo. Seis personas me pareció bastante”. No he vuelto a la selección porque uno se da cuenta cuando no te quieren. Lo más sano es librarte sin desear nada malo”.
Fuente: larepublica