Ha sido uno de los mejores jugadores de ajedrez de la historia, y ahora también un opositor al presidente de Rusia. Garry Kasparov nos explica su visión del mundo.
El encuentro con Garry Kasparov acontece en el típico despacho de abogados de Manhattan. Un piso alto con vistas panorámicas al Chrysler y al Empire State, secretarias que atienden el teléfono con eficiencia y un toque de irritación, muebles sobrios en distintos tonos de gris, socios que entran y salen como en las películas, con trajes de buen corte y portafolios llenos de documentos confidenciales.
Intimida un poco, pero está claro que Kasparov necesita toda la protección legal a su alcance. En los últimos años, el gran ídolo del ajedrez se ha dedicado a denunciar sistemáticamente al presidente ruso Vladímir Putin, a quien ha comparado con Hitler. “Está fomentando un culto al odio”, repetirá a lo largo de la conversación. Pero, sobre todo, se ha dedicado a llamar la atención sobre la aparente complicidad que existe con el nuevo presidente norteamericano, Donald Trump. Putin podría haber sido clave para la elección de Trump y este gobernaría en connivencia con los intereses rusos.
Consecuentemente, Kasparov es el hombre del momento, con los medios que corren tras él recordando lo que gritaba hace tiempo: “No soy una persona rencorosa, que va por ahí diciendo: ‘Os lo dije’. Pero hay que actuar. Y la ocasión es perfecta, porque siempre escuchábamos de los políticos de Occidente decir: ‘Bueno, Putin es un problema de los rusos’. Ahora está claro que es un problema de todos”.
El tema de la amenaza que acecha al mundo libre Kasparov lo elabora en Se acerca el invierno, su último libro. El nombre lo tomó del lema de la casa Stark en la serie Juego de tronos. “Los editores siempre le dan miles de vueltas a mis títulos —dice el prolífico autor de más de 20 volúmenes, entre tratados de política, ejercicios de management, biografías de grandes maestros, autobiografías y, por supuesto, reflexiones sobre el ajedrez—. Pero esta vez lo aceptaron encantados porque hay muchas similitudes”. En la serie, los Stark, que son los señores del Norte, siempre buscan estar preparados para la época más fría del año. “Eso también significa que saben que deben estar listos para enfrentar el mal. Si lo afrontan a tiempo, es menos doloroso y se cobra menos víctimas. Si lo dejan estar, el precio es más alto. Lo mismo que en la política mundial actual”, señala Kasparov.
El ajedrecista vive en el Upper West Side neoyorquino, históricamente considerado uno de los más progresistas, intelectuales y europeos de la ciudad. Cuando no está de viaje, dando conferencias (“Mi principal fuente de ingresos”, aclara), presentando libros o popularizando el ajedrez, le agrada comer bien y ver fútbol. “Por eso me gusta tanto España”.
Esto último Kasparov lo agrega con una sonrisa que es casi encantadora. El Ogro de Bakú, como era apodado durante sus años de competición en el ajedrez, en referencia a su lugar de nacimiento y a su agresividad dentro y fuera del tablero, se ha suavizado. “España es el único sitio fuera de Rusia donde la gente me reconoce por la calle —se entusiasma—. En Barcelona gané mi primer Oscar al ajedrez en 1982, y luego muchos más. Y en Sevilla, en 1987, gané mi última partida y tuve una ovación con el público puesto en pie… Como la televisión española emitió las cinco horas del juego en directo en horario de máxima audiencia, durante muchos años la gente se acercaba a felicitarme”. El duelo de Kasparov contra Anatoly Karpov fue decisivo en su carrera: había perdido la partida anterior y necesitaba ganar esta para mantenerse campeón.
—¿Cuál es el papel de un país como España en el escenario que está pintando?
—Estamos atravesando un período de crisis que tiene una estructura muy similar en todos los países. En España, aunque está lejos de las zonas en conflicto, ocurre el mismo fenómeno que en el resto: la aparición de partidos radicalizados que socavan al centro. En España está Podemos; en Inglaterra, Nigel Farage, por la derecha, y Jeremy Corbyn, por la izquierda. Ambos pro-Putin, dicho sea de paso; en Alemania, el AFD; en Francia, Mélenchon y Marine Le Pen; en Holanda, Geert Wilders… Hemos llegado a un punto en el que la política tradicional ya no funciona porque la gente está harta. Tras la Guerra Fría, la sociedad de consumo no satisfizo las necesidades de la gente como habíamos imaginado, y a los que se durmieron en los laureles les espera un brusco despertar. Esto explica el fenómeno de la ultraderecha: los únicos que ven este problema son los grupos extremos (de derecha y de izquierda), el tema es que las soluciones que ofrecen son inaceptables. Pero al menos muestran un asunto que los políticos y partidos mainstream se niegan a considerar, y allí es donde está el peligro.
—¿Qué opina de Donald Trump?
—Que es otra muestra más de esto mismo, de cómo la política tradicional ya no funciona. Y, como en muchos otros países, esto se manifiesta tanto en la derecha como en la izquierda. Lo que falta es una nueva visión y expandir los horizontes. Tiene que darse un despertar del centro.
—¿Qué sería importante que hagan España y los europeos?
—Los europeos dicen: “A Putin lo que le interesa es Ucrania y eso está lejos”. ¿Siria? “Está lejos”. Pero cuando tienes un millón de refugiados en Alemania con Putin empujándolos, ves cómo hay una reacción de grupos ultranacionalistas y las voces moderadas como la de Merkel en Europa pierden poder, te das cuenta de que todo está conectado. Putin y compañía quieren volver al siglo XIX o incluso antes, cuando los grandes Estados decidían la suerte del resto del mundo. Por eso ven instituciones como la OTAN y la Unión Europea como obstáculos. Y les gusta Trump porque sirve a sus intereses al llamar obsoletas a estas organizaciones, debilitando alianzas. Así que, para empezar, es importante mantenerlas y mostrar un frente unido.
Una de las grandes frustraciones de Kasparov en Europa fue justamente el Brexit. Considera que una dosis de interés propio siempre es saludable para la democracia, y que era legítimo que Reino Unido se cuestionara qué estaba obteniendo de la inversión que implica la Unión Europea. Sin embargo, esta los favorecía: “Sin la influencia de Reino Unido, la Unión Europea se va a mover en dirección a ideologías y políticas que frustrarán a muchos británicos —dice—. Reino Unido todavía va a depender de ella, pero de una Unión Europea convertida en una institución menos efectiva y más vulnerable”.
Garry Kasparov nació en Baku, Azerbaiyán, parte de la URSS en aquel 1963. Cuando tenía seis años, encontró un pasatiempo de ajedrez en el periódico y lo resolvió sin saber las reglas. “Dado que sabe cómo termina el juego —dijo su padre—, deberíamos enseñarle cómo empieza”. Con 10 años ya se entrenaba en una de la escuelas más prestigiosas, a los 13 ganó el campeonato soviético júnior y desde entonces no paró. Muchos lo consideran el mayor ajedrecista que jamás ha existido. Desde 1986 hasta su retiro en 2005 fue número uno del mundo 225 de los 228 meses. Tiene el récord de más victorias consecutivas en torneos (15) y varios Oscar al ajedrez (11). Fue el jugador más joven coronado campeón del mundo al vencer, en 1985, con 22 años a Anatoly Karpov. En 1997 fue el primer campeón mundial en perder una partida bajo controles de tiempo estándar contra una computadora, Deep Blue, pero mantuvo su condición de número uno del ranking mundial hasta su retiro.
Un perfil de Kasparov en The New Yorker recuerda que en Rusia el ajedrez siempre tuvo una importancia fuera de toda proporción. Kasparov era una mezcla entre el mayor de los atletas y un intelectual reverenciado. Con su estatus vino la celebridad, cuentas en bancos extranjeros, un piso a orillas del Hudson, veranos en el Adriático, amistades con políticos y empresarios y la atención de bellas mujeres… Sin embargo, asegura que el precio fue perder su infancia. “Cuando tienes que pelear cada día desde pequeño, tu alma puede contaminarse”, subraya.
Después de retirarse, su célebre intensidad y su agresividad en el juego las canalizó en apartar a Putin del poder. Desde entonces, Kasparov, cuya madre sigue viviendo en Moscú, ha organizado protestas y movimientos activistas que se han encontrado básicamente con la apatía. En 2007 anunció que se postularía a la presidencia. Pero, como ocurre con la mayor parte de los opositores al Kremlin, su acometida fue fácilmente sofocada. No pudo siquiera conseguir los requerimientos legales para realizar una convención porque ningún salón con capacidad mayor a 500 personas quiso alquilarle el espacio.
Justo antes de las elecciones parlamentarias, Kasparov fue arrestado durante una protesta y sentenciado a cinco días en la cárcel. Tras las rejas, recibió un gesto inesperado de su archirrival, Anatoly Karpov, quien pidió visitarlo. “No se lo permitieron, pero el hecho de intentarlo fue muy humano por su parte”, declaró a The New Yorker. Según dicha revista, fue también un símbolo de que las prácticas crecientemente represivas del Kremlin estaban comenzando a inquietar a la élite del país.
Tras aquello, la preocupación traspasó fronteras. “A comienzos de 2015 me invitaron al talk show de Bill Maher. Él no parecía tener ningún problema con el tema. ‘Despiértame cuando Putin tome Polonia’, me dijo en directo. Le respondí que eso lo escuchamos en 1938 y que Inglaterra y Francia se despertaron cuando Hitler tomó Polonia, pero ya era tarde. La ironía —sostiene Kasparov— es que esta vez Putin no ha tenido que tomar Polonia”. Y añade: “Se fue a Wisconsin y Michigan y ayudó a que Trump ganara en esos estados clave. Lo cual, dicho sea de paso, es muy bueno. Siempre digo que deberíamos alabar a Trump por despertar en el público americano la necesidad de luchar por la democracia. Como decía Ronald Reagan, la actual nunca está a más de una generación de ser extinguida”.
La cita de Reagan no es casual. En su lucha contra el comunismo y contra todo lo que ve como amenazas al mundo libre, Kasparov fue muchas veces aliado de grupos conservadores, lo cual lo convirtió en un paria entre la izquierda biempensante que, por otra parte, se deleita en su batalla contra Trump y compañía. Pero el ajedrecista considera que tal tesis es símbolo de una sociedad decadente. “No extraño la Guerra Fría, pero sí la claridad moral que la acompañaba. A medida que la gente se ha ido olvidando de cómo lucía el mal, la certeza ideológica ha sido reemplazada por una serie de equivalencias morales, hasta el punto de que un dictador como Fidel Castro es elogiado con respeto”.
Es imposible permanecer impasible ante sus palabras. La presidencia de Rusia sigue siendo su ambición y, aunque parece un sueño lejano, el público del ajedrez es consciente de que Kasparov siempre acababa sorprendiendo con movimientos efectivos que nadie esperaba. Quizá este sea el momento para verlos en el mundo real.
Fuente: revistavanityfair