La importancia del ranking instaurado por la FIDE para la práctica del ajedrez, que establece una pauta objetiva del propio rendimiento y de la evolución de cada uno de los jugadores.
Cuando en 1970 se organizó un match entre la selección soviética de ajedrez y el “resto del mundo”, surgió una fuerte discusión –con fuerte significación para la política de la Guerra Fría de entonces– sobre quién debía ocupar el primer tablero del combinado internacional. Competían por ese lugar el estadounidense Robert Fischer y el danés Bent Larsen. Finalmente este último ganó la pulseada; un año después el norteamericano saldaría definitivamente el pleito: le ganaría al danés las seis partidas de la eliminatoria para desafiar al campeón mundial y después le quitaría al soviético Spassky la corona. Muy poco tiempo después de aquella polémica, la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) instauraría un sistema de medición de fuerzas para los ajedrecistas de todas las federaciones adheridas. Nacía así el Elo.
Elo no es, como muchos en el propio ambiente del ajedrez suponen, una sigla que designa la técnica de esa medición sino simplemente el apellido de su inventor. Arpád Elo fue un físico húngaro radicado en Estados Unidos, además de un talentoso jugador de ajedrez que ganó ocho veces el torneo de Wisconsin, ciudad donde residía. Antes de que lo adoptara la FIDE, el sistema Elo ya era empleado por la federación de Estados Unidos.
La compleja forma matemática propuesta por el húngaro permitió construir una suerte de mapa mundial de la práctica del juego, en el que cualquiera de sus cultores –con la sola condición de jugar un torneo reconocido a esos efectos por su federación nacional– puede estar incluido. Son más de 200 mil los ajedrecistas que figuran en el ranking de la federación internacional. El sistema consiste básicamente en establecer matemáticamente una expectativa de puntos para cada jugador que disputa un torneo, sobre la base de evaluar su desempeño en torneos anteriores: si supera las expectativas sube en el ranking y lo contrario ocurre si está por debajo. Es decir que un fuerte jugador puede ganar un torneo sin que eso mejore su Elo, por el simple motivo de que juega contra rivales con Elo más bajo.
La importancia del Elo para la práctica del ajedrez a todos los niveles es enorme. Al establecer una pauta objetiva del propio rendimiento permite a cada uno de sus practicantes, a partir de la práctica más elemental, medir sus fuerzas y valorar su evolución; cualquiera que juegue al ajedrez, aun cuando lo haga en los hoy muy desarrollados y masivos clubes virtuales de la disciplina, sabe el tipo de motivación competitiva que esa evolución produce. Por otro lado, la disminución del grado de arbitrariedad en la asignación de valores y posiciones para cada jugador democratiza hasta cierto punto el acceso a niveles de competencia superior.
La fórmula permite también incorporar al ranking a jugadores de otras épocas, sobre la base de los registros conocidos de su participación en torneos. Este es un punto particularmente polémico porque se intenta situar en la misma tabla de posiciones a maestros que jugaron en épocas muy diferentes de la evolución del juego, lo que claramente perjudica la evaluación de quienes compitieron en años anteriores. La diferencia de escalas técnicas entre los desempeños que se comparan creció de modo exponencial en los últimos años con el uso ampliamente extendido de las computadoras como fuentes de datos y difusoras masivas de la teoría y la práctica magistral del ajedrez.
Los resultados concretos de la aplicación del Elo como pauta comparativa son, por dar un ejemplo, que el mencionado Fischer, para muchos el mejor jugador de la historia, figuraría en el cuarto lugar del actual ranking FIDE. Es muy meritorio poder pensar a los grandes personajes de la historia en medio de nuestra experiencia actual, pero esto no pasa de una cierta aproximación a la realidad. En ajedrez seguirá ocurriendo como en el fútbol y en otros deportes populares: seguiremos discutiendo si Capablanca era mejor que Carlsen, del mismo modo que discutimos sobre Maradona, Pelé y Messi.
La clasificación de la FIDE está organizada en 18 categorías que abarcan desde el principiante (menos de 1400 puntos) al súper maestro y candidato al título mundial (2800 y más puntos). Encabeza el ranking el actual campeón mundial Magnus Carlsen con 2853 puntos. Según calificadas opiniones, el riguroso nivel de segmentación en la evaluación de las capacidades competitivas tiene como efecto negativo la generación de una élite ajedrecística más cerrada que nunca: los más poderosos son cada vez más renuentes a participar en competencias abiertas a jugadores de bajo ranking, porque lo consideran un riesgo innecesario para su calificación. Así y todo siguen existiendo torneos que obligan a enfrentarse a jugadores de ranking marcadamente diferente; el principal de estos eventos es la Olimpíada de Ajedrez, que suele aparear, sobre todo en las primeras rondas, a miembros de la élite con jugadores de nivel considerablemente menor.
Esto permite incluso curiosidades como la derrota de Anand, quien en la copa del mundo de 2001 tenía 2797 puntos de Elo y perdió ante un casi desconocido MI francés Olivier Touzane, que tenía 400 puntos menos de Elo (2382). Sin embargo, el hecho de que ocurran estos batacazos no permite sostener el mito muy generalizado de que cualquiera puede ganarle a cualquiera. Es muy curioso, pero nadie en su sano juicio pensaría que cualquier chico que empieza a jugar al tenis puede ganarle un partido a Roger Federer y sin embargo abundan quienes creen que, como el ajedrez depende del intelecto y no del estado físico, puede ocurrir eso mismo en una partida del campeón mundial Carlsen contra cualquier principiante. Justamente el Elo es una valoración estadística: establece que si un aficionado de buen nivel jugase 100 partidas contra él es altísimamente probable que no consiguiera siquiera un empate. El ajedrez no es solamente talento e inspiración; intervienen centralmente la técnica y el cálculo y eso hace que, a través de la práctica pueda establecerse con bastante aproximación las probabilidades del resultado entre dos jugadores.
Por otro lado, aunque pueda reconocerse la tendencia generada por el sistema clasificatorio a un progresivo cierre de las élites a la competencia fuera de sus estrechos límites, no pueden ignorarse las grandes ventajas de su utilización ni ignorarse las injusticias del sistema que existían antes de su implantación. En la designación por la FIDE de grandes maestros y maestros internacionales, práctica que se inauguró en 1950, se mezclaban elementos objetivos de evaluación con la porfía política entre las federaciones para nombrar a sus propios representantes.
En la primera lista de grandes maestros internacionales (la máxima categoría) estuvo presente el ajedrez argentino: Miguel Najdorf, patriarca del juego en nuestro país, fue uno de los designados. Actualmente, una tabla de Elo por países que publica la FIDE (basada en el promedio de Elo de los 10 mejores jugadores de cada país), ubica a la Argentina 27ª del mundo, primera de Sudamérica y segunda de Latinoamérica después de Cuba. Para valorar el lugar de nuestro país hay que considerar que la disolución de la Unión Soviética y de Yugoslavia aumentó considerablemente la cantidad de países cuyo ajedrez cuenta con grandes tradiciones y una gran fortaleza actual, lo que tiende a relegar en la clasificación a algunos que, como el nuestro, supieron figurar varias veces entre los mejores en varias olimpíadas (llegamos a ser dos veces subcampeón mundial). El ranking lo lidera Rusia, con 2743 puntos de promedio. y el argentino mejor clasificado es Sandro Mareco, con 2605. Carolina Luján es la mejor colocada en el ranking femenino, con 2366 puntos, y alcanzó la máxima marca histórica nacional, con 2419.
El sistema Elo es cada día más popular entre los aficionados al ajedrez y resulta curioso que no haya sido implantado en otras disciplinas. A diferencia de las formas de preclasificación que se usan, por ejemplo, en el tenis, el Elo abarca potencialmente a cualquier jugador y no sólo a sus cultores profesionales. Les reserva también un lugar y un número a quienes circunstancialmente abandonan su práctica y pueden volver desde el mismo punto de partida clasificatorio (el legendario Garry Kasparov, hoy alejado de la competencia, podría volver con su inusitado ranking Elo de 2815 puntos). Con el tiempo, si la tendencia al crecimiento del número de ajedrecistas incluidos en el ranking se mantiene, cuando dos amigos se encuentren y decidan jugar un rato al ajedrez podrán saber a qué se expone cada uno sin necesidad de preguntarle al otro cuánto entiende del asunto.
Investigación: MI Leandro Krysa.
Fuente: pagina12