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Los Judíos Y El Ajedrez

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La fundación de la primera Academia Internacional de Ajedrez en Israel ha reavivado un tema apasionante. La Academia llevará el nombre del campeón mundial Garry Kasparov (nacido Weinstein), quien después de su festiva partida contra el intendente de Tel Aviv declaró jocosamente: “en efecto, la Academia es una necesidad en esta ciudad”.

Mejor suerte que Roni Miló tuvo el ex-refusenik Natán Scharansky, un símbolo del sionismo moderno y eximio ajedrecista desde la edad de ocho años. En simultáneas, Scharansky primero hizo tablas con Kasparov y eventualmente logró ganar. Lástima que fue antes de la primera ocasión cuando le espetó a Kasparov: “Camarada: el que pierde se queda en Israel”.

La razón de por qué de entre todos los países del mundo es el nuestro la sede de la Academia, es parcialmente el fortalecimiento del ajedrez local debido a la gran inmigración rusa de los últimos años. Somos testigos de una verdadera revolución ajedrecística. En la última década Israel ha ascendido de ser un país de promedio bueno (entre la segunda docena de naciones) a ocupar el quinto lugar en el ranking mundial, después de Rusia, Yugoslavia, Inglaterra y Hungría. Los grandes maestros israelíes han pasado de cinco a veinte, los clubes de ajedrez se han quintuplicado (ya superan el centenar) y junto a ellos, desde 1993 más de cien escuelas y centros comunitarios ofrecen cursos de ajedrez.

Pero además de la reciente inmigración, no puede soslayarse que los judíos tienen y han tenido una relación muy especial con el juego-ciencia, una que rebasa la mera coincidencia. El maestro internacional y campeón británico, Conel H. Alexander, solía decir que los ajedrecistas pueden dividirse en cuatro grupos de talento decreciente: los judíos rusos, los rusos no-judíos, los judíos no-rusos y los no-rusos no-judíos.

Judíos predominan entre los grandes maestros y teóricos. Además de Boleslavski, Botvinnik, Bronstein, Fine, Nimzowitzch, Reshevsky, Tal, y Tartakover, fueron judíos los campeones que más perduraron. Entre ellos, Emanuel Lasker fue hijo de jazán y nieto de rabino, y combinó el ajedrez con su carrera de filósofo y matemático, las tres ¿ciencias? tan afines. Lasker es considerado el ajedrecista más cabal de todos los tiempos, y su biografía fue prologada por Albert Einstein. El nazismo le arrebató gloria, carrera y patrimonio.

Si a los antedichos agregamos los últimos campeones como Fischer, Korchnoi o Spassky, la desproporción de judíos entre los mejores ajedrecistas saltará más a la luz. Entre los latinoamericanos, recordemos a Julio Kaplan y a Julio Bolbochán. En cuanto a Miguel Najdorf, compartió con George Koltanowski dos notables suertes: una es que se salvaron del Holocausto gracias a que ambos estuvieron en Buenos Aires en un torneo al estallar la Segunda Guerra, y ergo no regresaron a Europa. Otra, es que ambos se especializaron en partidas simultáneas a ciegas, en las que lograron proezas de la mente humana. Uno de los más recordados en esta especialidad es Gyula Breyer, quien obtuvo el récord jugando veinticinco simultáneas a ciegas en el Torneo de Berlín de 1920. Murió al año siguiente a la edad de 28.

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Najdorf jugó cuarenta y cinco en 1947 y Koltanowski superó a todos en 1960 cuando jugó cincuenta y seis simultáneas a ciegas, de las que ganó cincuenta después de casi diez horas de juego.

Que los judíos se destaquen en ajedrez podría no tener relación alguna con el judaísmo como civilización. Sin embargo, el ajedrez requiere una forma de pensamiento muy especial, quizá similar al que destila la tradición de Israel. Grandes maestros internacionales tuvieron sólida formación talmúdica como Chajes, Aron Nimzovitch y Akiva Rubinstein.

UN POCO DE HISTORIA

El midrash sin duda exagera cuando refiere que el mismísimo rey Salomón jugaba al ajedrez con su consejero Benaiá Ben Iehoiadá, pero aún no fue dilucidado cuándo conocieron los judíos el juego. El investigador contemporáneo Víctor Keats coincide con el máximo exégeta, Rashi (siglo XI) en que la mención talmúdica del nardeshir (Ketuvot 61b) se refiere al ajedrez. Hay dos eruditos que durante el siglo pasado negaron esa posibilidad. Franz Delitzsch concluyó que como el Talmud fue cerrado en el siglo V, y el ajedrez fue transmitido por los persas sólo a fines de ese siglo, el nardeshir no debe identificarse con el ajedrez. Por su parte, el padre de la bibliografía judía, Moritz Stenschneider, conjetura en su monumental obra sobre la cuestión que el primer judío que recomienda el juego, fue el hijo del rabí Saul de Taberistan, no antes del siglo IX.

El siglo XII parece reafirmar la relación entre judaísmo y ajedrez. Maimónides se refiere al juego en su comentario a la Mishná, Judah Halevy lo menciona al final del Cuzari, y su amigo Abraham Ibn Ezra redacta el reglamento de ajedrez existente más antiguo que se conoce, bajo el título de Haruzim. El Sefer Hajasidim recomienda el juego en el siglo XIII, y en 1575 los rabinos de Cremona sentenciaron que “todos los juegos son malos y causan problemas, a excepción del ajedrez”.

En la modernidad, la amistad entre Moisés Mendelssohn y Gotthold Lessing, que tuviera gran influencia en la Emancipación judía y el iluminismo, nació frente al tablero del ajedrez. En 1837 redacta la primera enciclopedia sobre el juego un judío francés, Aron Alexandre. Un par de años después, uno de los nuevos educadores iluministas, Jacob Einchenbaum, quien también era matemático, escribe un extenso poema en hebreo sobre la partida de ajedrez, al que denominó Ha-kerav (la batalla). Consiste en ochenta estrofas rimadas de seis versos duodecasílabos cada una. Esa combinación de matemático-literato-ajedrecista de Einchenbaum se dio también en otro gran judío como Louis Zangwill. En pintura, el húngaro Isidor Kaufmann, quien cobrara notoriedad al pintar la vida cotidiana en el shtetl, produjo un conocido cuadro en el que muestra la presencia del ajedrez entre los judíos ortodoxos de Galitzia. En literatura, cabe recordar la novela de Stefan Zweig “El jugador de ajedrez”.

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A judíos se deben las escuelas moderna (Wilhelm Steinitz) e hipermoderna (Richard Réti) y la fundación de la Chess Review de los EE.UU. (Israel Horowitz).

Gerald Abrahams explica la cercanía de los judíos al ajedrez con cuatro hipótesis. Debido a migraciones, tradición de estudio y cosmopolitismo, los judíos:

  • producen más que otros grupos el intelectual puro,
  • aman el estudio y el aprendizaje,
  • son muy perseverantes y
  • tienen habilidad para los idiomas, incluido un idioma muy peculiar que es el ajedrez.

Aun de judeofobia no estuvo exento el ajedrez. Alexander Alekhine llegó en Buenos Aires a ser campeón mundial, título que mantuvo durante casi dos décadas; falleció frente a un tablero después de haberle dedicado toda su vida. No se privó, además, de escribir una desgraciada serie de notas judeofóbicas, nada menos que durante el Holocausto. En ellas tipifica una forma especial de los judíos de jugar al ajedrez, contrapuesta al ajedrez ario. El rebuscado texto de Alekhine trae a la memoria la infamia que en 1850 publicara Richard Wagner (“El judaísmo en la música”) en la que el genio negaba la posibilidad de cultura o de creatividad a los judíos.

En absurdo paralelo, el ruso Alekhine se propuso explicar cómo el modo judaico de jugar al ajedrez se caracteriza por el oportunismo, la defensa a ultranza y la ganancia material a toda costa. Cuando se llevó a cabo el primer Torneo Internacional en Londres (junio de 1851) el alemán Adolf Anderssen venció al matemático judío Lionel Kieseritzky, destacándose una partida de belleza insuperada que le valió el nombre de “La Inmortal”. Según el esquema de Alekhine, aquella victoria marcó el triunfo del “ajedrez ario” por sobre la sinuosidad judía que dominaría durante el siglo posterior.

Al hacer a un lado tales libelos, no caigamos en otro extremo, que es negar de antemano toda posible relación entre el ajedrez y el judaísmo, a pesar de tanta evidencia en contrario.

UN POCO DE FILOSOFÍA

Es lamentable que la disciplina filosófica casi no se haya ocupado del juego de ajedrez, aun cuando varias facetas del mismo podrían ser materia de estudio. Dos filósofos judíos podrían ejemplificar sus respectivas escuelas con el tablero de ajedrez. Me refiero a Henri Bergson y a Salomon Maimon.

Del primero, su concepto de durée trae una visión de un tiempo contrapuesto al tiempo matemático “todo transcurrido”, que obra de fundamento para el llamado análisis post-mortem de la partida ajedrecística. En cuanto a Maimon, por medio de su sistema podemos aproximarnos a la pregunta de qué tipo de verdades son las del ajedrez. Emanuel Kant consideró a Salomon Maimon “el que mejor comprendió su doctrina”.

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En rigor, los dos tipos de verdades kantianas, las a-priori y las a-posteriori (las que anteceden o suceden a la experiencia de nuestros sentidos) no dejan lugar suficiente para un tipo especial de verdad que es la ajedrecística y que tiene una notable condición. La verdad del tablero parece ser a-priori como las matemáticas, es decir un conocimiento al que podemos alcanzar por el razonamiento y sin necesidad de la experiencia. Sin embargo, descubrimos a un tiempo que las verdades del alfil y del enroque cobran vigencia solamente cuando la partida es conocida en su conjunto.

Por un lado, es posible jugar al ajedrez con la imaginación y sin siquiera abrir los ojos y llegar a conclusiones acerca de sus verdades. Por el otro, es difícil saber si una verdad es tal hasta tanto no se la ve desde la perspectiva de la partida ya finalizada. Es decir que sus verdades valen cuando pueden identificarse en un universo de datos que la preceden. Sólo en ese universo concluido una jugada puede ser definida como brillante, mediocre o deficiente.

Digamos en ese contexto que Salomon Maimon acuñó la “ley de determinabilidad”, por medio de la cual trató de agregar a las dos kantianas un tercer tipo de verdades, una especie de mezcla de las dos originales.

En todo caso, el ajedrez fascina no sólo desde la psicología del jugador, las computadoras y matemáticas, o su inspiración artística. También en el terreno filosófico puede atraer, y uno de los pocos investigadores que se ha ocupado de esta cuestión es José Bernadete de la Universidad de Syracuse.

UN POCO DE TALMUD

Hay siete dimensiones paralelas entre el estudio talmúdico, característico de la mentalidad judía, y el del ajedrez. Estas son: la indispensabilidad del estudio, la memoria, la comprehensión visual, la centralidad de la rígida ley, la importancia del debate, la necesidad de atrevida inteligencia, y un pensamiento antiautoritario y original. Tal vez a partir de esas similitudes, analizadas una a una, podríamos entender mejor por qué los israelitas han tenido y tienen en el ajedrez una presencia tan nítida.

Los dos conceptos talmúdicos de Sinai (erudito) frente a Oker Harim(perspicaz) tienen aplicación a escuelas de ajedrez. Dos judíos podrían encarnarlas, como el dogmático Tarrasch frente al flexible Lasker. Mientras el primero irradiaba conocimientos, el último irradiaba sabiduría.

En suma, la fundación de la Academia de Ajedrez debe ser recibida con júbilo, sobre todo porque su creación se produzca en Israel, un país que debería entenderse como su marco natural. Y aventuremos que su programa de estudios, además de la aventura del tablero en sí, abarcará muchas disciplinas auxiliares. Junto a las matemáticas y la filosofía, hacemos votos para que no falte la página del Talmud.

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