El Rey, como siempre, dejó sola a su Reina en la torre del castillo y se fue, por mucho tiempo, a cazar peones. Cuando regresó, ella ya no estaba, se había ido, encantada y cautivada por un príncipe alfil.
El Rey, al descubrir que su Reina, escapaba a caballo con el alfil, por más que quiso, no pudo detenerla, y tan sólo se quedó con su burla y su desdén.
El brioso, valeroso y fiel corcel a todo galope, saltando alfiles y torres, llegó para defender a su Rey.
Arrebatado por los celos, el Rey salió en su búsqueda, arrasando ciudades, torres, miles de alfiles y peones, tratando de encontrar al enemigo, que había cobardemente conquistado a su Dama.
Al príncipe alfil, no le había importado derribar la torre y dejar en jaque a su propio Rey, con tal de escaparse con la hermosa Dama.
La Reina, distraída y enamorada, por desviar su mirada, fue capturada y llevada a una fortificada torre, por el agraviado Rey.
Mientras tanto, un ingenuo peón quiso por su cuenta ser Rey, y ganarse el amor de la Reina, y para ello desafió caballos, alfiles y peones, pero al final solo conquistó, el desprecio de la Dama.
Rompiendo el feroz enroque, la Reina cabalgó a lo largo de todo el tablero, y al final, desesperada por no encontrar a su amado alfil, subió a la torre, y se lanzó al mar, en busca de la ansiada libertad…
El príncipe alfil, al tratar de detenerla, sólo pudo atrapar la inmensidad del mar, y la ausencia para siempre de ella.
Esa misma noche, al comenzar otro juego, ahí estaba el mancillado Rey, y el triste alfil, pero ya nunca más apareció la Reina.
Autor: P. Alfonso G. Miranda Guardiola[divider]
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Fuente: Sanmax