La historia del juego ciencia está repleta de leyendas y alegorías, sin embargo el análisis exhaustivo sobre sus orígenes refuerza la hipótesis de que surgió de la interacción de pueblos y culturas asiáticas, conectadas por la ruta de la seda.
Por Fernando Maskin *
Para responder a la pregunta del título, que el lector seguramente se habrá formulado alguna vez, ha sido habitual recurrir a leyendas y alegorías que remiten a un origen único y simple para el ajedrez. Las leyendas giran en torno a figuras típicas, como la de un rey aburrido o triste o sin ganas de vivir, al que un extraño consigue animar mediante la invención del juego; o la de un rey belicoso, a quien sus súbditos disuaden de guerrear al enseñarle un ajedrez, inventado para la ocasión; o la de un jefe de ejército que para entretener a la tropa en largos tiempos muertos de una guerra inventó el ajedrez.
Sin embargo, si se busca abordar la cuestión desde una perspectiva histórica, no es recomendable basarse en leyendas como éstas, ni afirmar que alguien, una sola persona por su cuenta, haya inventado el ajedrez en base a su mero ingenio e inspiración. Aunque sea más complejo que narrar una leyenda de origen, es necesario considerar un desarrollo histórico que involucra el despliegue secular de pueblos, culturas y civilizaciones.
El registro arqueológico indica que las estatuillas más antiguas que sin dudas representan piezas de ajedrez datan del siglo VI en la región de Samarcanda (actual Uzbekistán) y remiten al contexto del imperio persa Sasánida. Pero existe otra serie de estatuillas sobre las que recaen discusiones de si se tratan o no de piezas de ajedrez. De ser, nos remontan a los primeros siglos de la era cristiana, y ubican su origen más probable en el noroeste del subcontinente indio y su vecina región del Asia Central, una zona de intersección de las antiguas rutas comerciales del mundo antiguo, de China a la Mesopotamia y de la India al Mediterráneo.
Todo ello refuerza la hipótesis de que el ajedrez surgió de la interacción de pueblos y culturas asiáticas cuyas geografías fueron contiguas y estuvieron conectadas en la antigüedad por la famosa ruta de la seda.
Algunos historiadores especializados plantean la coexistencia de distintos juegos de tablero que se influyeron mutuamente y eventualmente derivaron en el juego indio llamado chaturanga (significa “cuatro ejércitos”: infantería, caballería, “elefantería” y carros), al cual se puede considerar el “abuelo” del ajedrez moderno, el antecedente directo más antiguo conocido. Una variante histórica famosa es el chaturaji, para cuatro jugadores y con la intervención del azar por medio de un dado.
Otros estudiosos apuntan más al este para buscar el origen del ajedrez y destacan que el xiang qi, un juego considerablemente similar al chaturanga que aún hoy se practica en China, tiene partidas documentadas anteriores a la era cristiana. En este caso no existen restos físicos de piezas, dado que se utilizan fichas inscritas. Otra teoría, casi sin adeptos, refiere a Egipto varios siglos antes de Cristo como la cuna del ajedrez.
El imperio persa adoptó el chaturanga y lo llamó chatrang. Tras la conquista islámica de Persia en el siglo VIII el ajedrez inició un matrimonio feliz con el pueblo árabe. Su afán por asimilar culturas en vez de destruirlas hizo que adoptaran el juego al que llamaron shatranj. Mediante su sistema algebraico, inauguraron el registro de partidas y le dieron rigor a la práctica. Desarrollaron intensamente los mansubat, ejercicios para ganar partidas en una serie precisa de jaques y respuestas obligadas que cumplían con los requisitos de belleza y economía. Esta búsqueda estética de resolución de partidas devino en los problemas de ajedrez contemporáneos. Por el siglo X los árabes expandieron su alcance geográfico, y con él el del juego, al que introdujeron en la península ibérica.
Según esta línea investigativa, entonces, el ajedrez nació en la India, se crió allí pero también en la casa de al lado, jugando con su vecino persa, fue a la escuela con los árabes y se sometió a las normas del mundo adulto al llegar a Europa.
Sucedió en este continente que la voz árabe Al shatranj derivó en la voz española ajedrez. Y fue en Europa que el alfil y la dama se transformaron, dejando atrás la lentitud y adoptando la dinámica actual. El fil (elefante; al fil) movía en el shatranj saltando un casillero en diagonal. El ferz (visir, consejero del rey, ubicado a su lado) movía en diagonal solo una casilla. Inspirado en la figura de la reina, y como efecto del lobby del clero, se hizo la poderosa pieza que conocemos. El tablero adquirió su apariencia hoy característica, con alternancia de colores claros y oscuros en las casillas. Se incorporó un enroque en tres pasos que le permitía al rey saltar, incluso como caballo. Y se introdujo el doble paso del peón para que la partida mostrase sus conflictos más rápidamente.
Casi contemporáneo al primer arribo de embarcaciones europeas a América y con la imprenta aún por nacer, se elaboró el primer escrito reglamentario, el tratado valenciano “Schacs d’Amor” (1475), que incluye la primera partida documentada de ajedrez moderno, disputada por Francisco de Castellví y Narciso Vinyoles. Fue aquí que se consagró a la dama para moverse en todas las direcciones. Difícilmente en Asia hubiera sucedido que una figura femenina tuviese semejante rodaje en la vida política o en su reflejo, el tablero de ajedrez.
Con estos cambios, todo lo escrito hasta el momento por los árabes en materia de aperturas, de finales y de problemas quedó parcialmente obsoleto. Pero aparecieron nuevos libros de análisis que actualizaron la teoría, entre ellos los de Lucena y Ruy López de Segura. Este último dejó constancia, en 1561, del enroque en una sola movida y de la regla del peón al paso, aunque no hubo consenso internacional hasta 1880.
La práctica del ajedrez se la pretendió para los nobles, pero la pulseada la ganó el pueblo, jugándolo en lugares públicos, luego en bares hasta la creación de clubes. Fue a mediados del siglo XIX cuando se jugaron los primeros torneos internacionales reglamentados y gradualmente se introdujo la administración del tiempo. En la competencia de 1851 en Londres, por ejemplo, al no haber límite de tiempo hubo abusos, y un jugador podía hacer esperar horas al otro jugador. En efecto, algunos especulaban con el hartazgo del rival, por lo que al año siguiente se utilizaron relojes de arena individuales. En la década de 1870 aparecieron los relojes de ajedrez mecánicos. En las primeras experiencias, el jugador al que se le pasaba el reloj no perdía la partida: se le exigía que realizara la movida o pagaba una multa.
Si las transformaciones han terminado o no el tiempo lo dirá. No podemos asegurarlo desde el presente. Podemos dar cuenta de las transformaciones ocurridas efectivamente. Han habido intentos para llevar el ajedrez a otra cosa, como el ajedrez aleatorio que presentó Bobby Fischer, que deja al azar la disposición inicial de las piezas que van detrás de los peones. Se ha jugado un torneo incluso con este sistema, con jugadores del mejor nivel. Sin embargo no ha sido adoptado por el mundo del ajedrez. El juego tiene aun mucho camino por recorrer como para que necesite de una transformación. Y sucederá solo si el mismo juego la pide.
* Psicoanalista (UBA) y docente de Ajedrez, egresado de la Diplomatura de Ajedrez de la Unsam.
Fuente: página7