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¿Jugar a empatar?

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¿JUGAR A EMPATAR?
MN Pedro García Toledo
Lima, 09.11.2023

Le puede ocurrir tanto a grandes como a chicos. El profesor de ajedrez en el Colegio San Francisco Borja, Jorge Luis Balbín Rivas, cuenta que uno de sus alumnos otorgó tablas -en un final ganador- por respeto a su rival. Este ostentaba un rating muy superior; además, del flamante título de campeón metropolitano en su categoría de menores. Es decir, daba miedo a los chicos. A tal punto que, cuando se acordaron las tablas, los compañeritos del que no forzó la victoria lo felicitaron.

Aquí cabe hacer una acotación psicológico-deportiva positiva. El profesor Jorge Balvín había estudiado las partidas del rival y percibido sus flaquezas, nacidas del complejo de superioridad. Entonces, animó a su alumno: “Tranquilo, se va a confiar”. De esta manera, “Alberto jugó de igual a igual”. De todos modos, fue un buen resultado que animó al equipo: en la siguiente ronda vencieron al Colegio Carmelo y lograron la medalla de bronce.

En esta posición, el segundo jugador otorgó el empate. Mas, ¿qué dice la teoría? Señala que en los finales de torres, cuando ambos bandos tienen dos peones unidos y pasados, gana quien llega primero a la coronación. En este caso, llegaba primero el negro; aparte, de que el rey blanco está mal ubicado. Un modelo de cómo se gana este tipo de finales lo constituye la partida entre los GM Julio Granda y Víctor Korchnoi, 1997.

58.g6 Ra8 59.f4 Kc7 60.f5 Kd6 61.g7 Ke7 1-0

Dije que la conformidad con las tablas le ocurre a grandes y chicos. Ya vimos el  caso precedente de chicos. Ahora, veamos el caso de grandes, a través de las confesiones de uno de los mayores ajedrecistas internacionales en la historia:

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“Lección aprendida”

Comenta Julio Granda para Torre64: 

“Durante el torneo Interzonal de Zagreb 1987, por primera vez me tocó jugar con Víctor Korchnoi, dos veces aspirante al título mundial. Tal partida fue tablas rápidas, en plena apertura, por casi forzada repetición. Por eso, el GM ruso, inmediatamente después que concluyó el juego, me dijo en un esforzado y balbuceante, pero entendible castellano: “¿Por qué juega usted ajedrez?”. Estaba como exhortándome a que un joven de 20 años, edad que en ese entonces yo tenía, debería haber planteado un juego con el limpio objetivo de ganar, más aún con la iniciativa que da llevar las piezas blancas. Y en ese intento, al margen del resultado, tratar de aprender de un veterano como él. Creo recordar que jugamos otra vez en una Olimpiada y me dio otra lección, aunque en esa ocasión ante el tablero. Hasta que, en 1991, en un torneo de las Islas Canarias, España, nos volvimos a encontrar. Y esa vez, llevando yo las piezas blancas, no se me hubiese ocurrido pensar en el empate”.

¿Jugar a empatar?

Si la conformidad con las tablas no es la mejor actitud, jugar a empatar es la peor. El sentimiento de inferioridad suele llevar a querer solamente la nulidad. Esta es una actitud negativa. Como dicta la experiencia: “Quien juega a empatar, pierde”. No verá sus propias posibilidades, sino solo las del contrario. Así, jugará a la defensiva y no verá sus alternativas de ataque. Realizará jugadas conservadoras, de repliegue, cederá espacio y, poco a poco, caerá en inferioridad hasta perder.

Consejo

No hay que concentrarse en la superioridad del otro, sino en la posición. Luchar por ser objetivo. Aplicar los conocimientos de estrategia y táctica que se poseen; también el entrenamiento del cálculo, etcétera.

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“Si un maestro te ofrece tablas, es seguro que está perdido. Sigue jugando”, nos decía Orestes Rodríguez, antes de partir a la Olimpiada de Skopje, Yugoslavia 1972.

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