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Cuento: El profesor de ajedrez (3/6)

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Por: Luis Alberto Arcos Salazar 

Para que la pequeña Natalia no se afligiera con esta situación, Ernesto evitaba sintonizar noticieros de televisión; más bien procuraba que su pequeña viera programas infantiles alegres y educativos.

Debido al cierre de los nidos y colegios, Ernesto y Elvira decidieron que el apoyo en las tareas de la educación a distancia que recibía su pequeña hija estaría a cargo de él en las mañanas, mientras que Elvira, durante esas horas, se encargaría de la preparación del desayuno, así como del almuerzo. Luego, prepararía las tortas y bocaditos que le encargaban sus clientes.
Al inicio todo fue a regañadientes, ya que Ernesto debió renunciar a la pacífica rutina de trabajo que solía llevar en su pequeña librería hasta antes de la declaratoria de emergencia sanitaria, para, en cambio, dedicarse a su hogar. Y es que Ernesto no solo ayudaba a su hijita: también realizaba las tareas de la casa, antes ajenas para él. Día a día hacía la limpieza de todo el departamento, siempre siguiendo los protocolos que la pandemia exige. Al terminar, provisto de mascarilla y alcohol en gel, iba al supermercado o a la bodega del barrio a comprar los alimentos, o a la farmacia. De igual modo, sacaba a pasear a Lulú dos veces al día, pero solo alrededor de la manzana.

Esta experiencia lo hizo valorar más la labor de las amas de casa. Nunca antes se había imaginado que el trabajo de Elvira podía ser tan extenuante. Recién se dio cuenta de que la vida de hogar demanda mucha energía y responsabilidad. Ese cambio repentino también le dio la oportunidad de disfrutar de la compañía de su hijita como antes no lo había hecho, y verla crecer.

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No obstante, era motivo de aflicción el no poder reunirse los jueves y sábados con sus amigos ajedrecistas, pues como las reuniones estaban prohibidas corrían el riesgo de ser detenidos. Extrañaba jugar las partidas a las que estaba acostumbrado tantos años, siempre en casa de Kike, el más diestro del grupo, quien además les preparaba un delicioso café antes de que empezaran los “combates”.

Ernesto se comunicaba por teléfono con cada uno de los ajedrecistas del grupo, sus queridos amigos. De esa manera, desahogaba sus penas y les hablaba de la esperanza de que el confinamiento terminara lo más pronto posible; que el virus

(Continuara…)

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