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Cuento: El profesor de ajedrez (4/6)

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Por: Luis Alberto Arcos Salazar 

Ernesto se comunicaba por teléfono con cada uno de los ajedrecistas del grupo, sus queridos amigos. De esa manera, desahogaba sus penas y les hablaba de la esperanza de que el confinamiento terminara lo más pronto posible; que el virus desapareciera y ya no ocasionara tantas muertes y angustia. Inclusive, hacía planes para organizar competencias de ajedrez apenas se levantara la cuarentena.

Pasaba los días en este clima de añoranza y sucedió que una tarde, cuando estaba sentado a la mesa practicando a solas algunas jugadas, se le acerca su hijita.
—Papá, ¿por qué no me enseñas a jugar ajedrez?
—¿De verdad quisieras aprender? —Ernesto se sorprendió.
—Claro que sí, papá. Además, no quiero que juegues solito.
—¡Pues entonces ahora mismo empezamos!
Ernesto no olvidaría nunca ese día. La atención y el interés que ponía su hijita en aprender lo emocionó. Ver cómo Natalia captaba lo que él le explicaba lo enorgullecía.

Decidieron que cada día harían la clase por una hora como máximo. Ernesto determinó esa cantidad de tiempo porque temía que Natalia se aburriera. No fue así, en absoluto: la niña no se cansaba de practicar y sus avances eran impresionantes.
—Papá —le dijo Natalia al cabo de unas semanas del aprendizaje—, yo creo que tú eres un excelente profesor. Mira todo lo que ya sé. Deberías dar clases de ajedrez, así como me has enseñado a mí.
—Pero ¿cómo voy a dictar las clases si seguimos en cuarentena?
—¡Por internet! ¿Acaso no ves que mis profesores me enseñan por internet?
—No, hijita. Yo no soy bueno para la tecnología.
—Es bien fácil, papá. Yo sé que te va a ir muy bien.

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Toda esa semana Ernesto no dejaba de pensar en lo que su hija le había aconsejado. Hasta se despertaba a medianoche pensando en esa posibilidad; a veces, incluso soñaba que grupos de niños tocaban la puerta de su casa y le pedían que les enseñara a jugar ajedrez.

(continuara)

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